José Manuel Otero Lastres el 12 mar, 2017 La inmensa mayoría de nosotros no es verdaderamente consciente de lo mucho que supone el solo hecho de existir. Es verdad que existen diferentes niveles de vida, y que hay vidas que ni siquiera alcanzan el mínimo indispensable que exige la dignidad humana. Y también es cierto que es de todo punto incomprensible el criterio con el que se reparten entre nosotros las dotes intelectuales, los atributos corporales, los bienes materiales y la salud. Los hay que tienen mucho de alguna de estas cosas, e incluso no son pocos los que en nuestro primer mundo las tienen todas. Mientras que otros, sin que se sepa muy bien por qué, están muy poco dotados intelectualmente, son muy poco agraciados físicamente, viven en la más absoluta indigencia y, por si todo esto fuera poco, hasta tienen poca salud. Sin embargo, vaya como nos vaya en la vida, solemos fijarnos más en otras cosas accesorias -por lo general de tipo material- que en el hecho fundamental de que somos protagonistas del maravilloso espectáculo de la vida. No descarto que a los «desheredados de todo», a los «herederos de la nada», puede sonarles a broma pesada reprocharles que no caigan en la cuenta de lo que significa el hecho mismo de vivir. Y tampoco se me oculta que éstos puedan pensar legítimamente que son sólo los «agraciados» en el sorteo de la vida los que deben agradecer incesantemente la suerte de vivir con lo mucho que les ha tocado. Pero, estemos en un lado de la raya o en el otro, no actuamos con acierto si no valoramos lo mucho que tenemos por el solo hecho de estar vivos. Y no voy a referirme ahora al momento en que caemos en lo que es la vida porque se ha estado en el trance de perderla o porque la frialdad de un parte médico nos pone fecha de caducidad. Mi deseo es animarlos a que sea cuál sea la vida que lleven reflexionen sobre lo maravilloso que es amanecer cada día formando parte del espectáculo de la vida. Vivir cada atardecer, acompañar al sol cuando se oculta, que lata nuestro corazón al compás de las horas de la noche, que nuestros ojos perciban los tenues rayos de luz del amanecer y que nuestra piel sienta la plenitud del calor del día. Y que esto suceda cada día. Y que sean muchos, los más posibles, los días que podamos seguir asistiendo, como protagonistas activos, a este maravilloso prodigio. Pero es muy posible -y de ahí esta reflexión- que nuestros irrelevantes quehaceres diarios nos estén distrayendo hasta tal punto que nos impidan valorar que lo más importante que tenemos es formar parte de la vida. Sin ir más lejos, el pasado 17 de febrero vi en televisión una película japonesa de Hirokazu Kareeda, titulada “Nuestra hermana pequeña”, en la que un joven durante un paseo en bicicleta con la protagonista la lleva por sorpresa a una especie de maravilloso túnel blanco formado por almendros en flor. Me quedé impresionado por la belleza de aquella imagen y minutos más tarde cerré los ojos y disfruté con la gran sensación de paz que me produjo. Me recordó este episodio una viñeta de JM NIETO publicada recientemente en el ABC en la que se veían unos almendros en flor y en el tronco de uno decía “MULTA. MOTIVO DE LA SANCION. FLORECER CON VIOLENCIA”. Dados los tiempos que corren, me pregunto si los nuevos aniquiladores de la libertad no nos prohibirán también espectáculos visuales tan maravillosos como el “violento” florecer de los almendros. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 12 mar, 2017