En su discurso con motivo de la entrega del Premio Cervantes a Eduardo Mendoza, nuestro Rey, Felipe VI, recordó el pensamiento de Juan Ramón Jiménez: “Quien escribe como se habla, irá más lejos en lo porvenir que quien escribe como se escribe”.
Por su parte, nuestro sin par Miguel de Cervantes, en el Capítulo VII de la Segunda Parte de El Quijote, escribe “Dijo Sancho a su amo:-Señor, yo ya tengo relucida a mi mujer a que me deje ir con vuestra merced adonde quisiere llevarme. Reducida has de decir, Sancho –dijo don Quijote-, que no relucida”. Sancho le suplica a don Quijote que no le enmiende los vocablos cuando entiende lo que quiere decir con ellos. Y el escudero añade que cuando no lo entienda diga: “Sancho, o diablo, no te entiendo”, agregando que si él no se aclarare, entonces podría enmendarlo, “que yo soy tan fócil…”. Al oír esta palabra don Quijote procedió como le suplicaba Sancho y le dijo que no entendía qué quería decir “soy tan fócil”. Sancho trató de explicarse hasta que, por fin, don Quijote, dice “ya caigo”, “tú quieres decir que eres tan dócil, blando y mañero, que tomarás lo que yo te dijere y pasarás por lo que yo te enseñe”.
¿A quién hacemos caso? ¿Escribimos como se habla, según opina Juan Ramón Jiménez, o escribimos según lo escrito? La elección de una de estas dos opciones era más difícil hace unos años que ahora.
Es verdad que la lengua, lejos de ser un modo de hablar estático y petrificado de un pueblo, es un sistema de comunicación dinámico, en el que, al tiempo que hay palabras que caen en desuso, surgen otras que representan la manera actual de expresarse que tiene aquel. Pero también lo es que quien decide en última instancia cómo escribe es el escritor, que es el que opta por el modo de expresarse. Y, en ese caso, lo habitual es que combine lo mucho que conoce por la lectura de lo escrito por otros con lo que viene oyendo cuando “ausculta” el habla del pueblo.
Por eso, es cierto, como escribió, Juan Ramón Jiménez que quien escribe incorporando lo que se habla irá más lejos en lo porvenir. Pero también lo es la enseñanza de don Miguel de Cervantes: es necesario que lo “hablado” se entienda y que no se sustituyan por sus aproximaciones fonéticas inexistentes palabras que tienen su propia grafía (“relucida” por “reducida” y “fócil” por “dócil”).
El problema parece que se planteará en el futuro dado el reducido “arsenal” de palabras que viene utilizando una parte de la juventud, agravado por el reducido espacio para la expresión que ofrecen las redes sociales. Razón por la cual, si tuviera que inclinarme por una de las dos opciones que plantea la pregunta del título, hoy elegiría la segunda: me parece mucho más fiable escribir según lo que puedo leer de lo ya escrito que incorporando el limitado lenguaje que habla una parte de nuestra juventud.
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