José Manuel Otero Lastres el 21 jul, 2014 ¿Y el PSOE? No es poca la tarea que tiene por delante. Lo primero que tienen que hacer es recordar que, a pesar del inmenso desgaste que sufrió por no haber reconocido a tiempo la crisis, tuvo en las últimas elecciones generales algo más de siete millones de votos (el 28,76% de los votantes). Estas cifras no son nada desdeñables y es obvio que para mejorarlas en las próximas elecciones deben clarificar, antes que nada, su ideario programático y su oferta electoral. Y es que más de uno puede pensar que los hados malignos han secuestrado al PSOE de vocación mayoritaria, que tan impagables servicios hizo a nuestra democracia. A muchos de sus votantes les cuesta reconocer la desfigurada línea política que vienen siguiendo desde hace algunos años sus dirigentes. Es verdad que, después de haber sido el partido que sumió a España en la mayor crisis económica de nuestra reciente democracia, no era fácil trazar las líneas maestras de la oposición política al Gobierno actual. Y era ciertamente difícil porque el líder de dicho partido hasta hace unos días había formado parte del Gobierno que nos llevó a tan difícil situación económica. A pesar de todo, había quienes esperaban de un político que ha estado tantos años en el Gobierno un pensamiento de hombre de Estado: “si no supimos ver a tiempo la grave situación que se avecinaba, al menos ayudaremos en todo lo posible al partido en el Gobierno para salir cuanto antes de ella”. Pero no fue así. Los hechos han demostrado que desgraciadamente hasta ahora el PSOE no ha colaborando suficientemente en la ardua tarea de sacar a España de la crisis. Su modo de hacer oposición revela que la dirección del PSOE ha estado desorientada. Ha convertido al partido en un boxeador noqueado que deambula por el ring sin enterarse de lo que pasa y que abraza a todo el que pasa por su lado menos a su adversario. Eso es lo que explica que se haya apuntado a todas las manifestaciones, incluso a las que son contradictorias entre sí; que sus dirigentes defiendan una idea en un lugar y la contraria en otro; que se haya resquebrajado la unidad del partido en temas capitales como las cuestiones territoriales, o que haga recientemente unas propuestas fiscales trasnochadas más propias de otros partidos radicales y minoritarios, olvidando que la copia siempre tiene menos valor que el original. Su estado de aturdimiento le impide comprender que ser alternativa de poder obliga a alinearse con el Gobierno en cuestiones de Estado tan relevantes como defender la política económica general en momentos de crisis o hacer frente al desafío secesionista de Cataluña. Pero sería injusto no reconocer que han tenido sentido de Estado en la reciente abdicación del Rey Juan Carlos I. Con todo, tratar de recuperar el poder con la única estrategia reconocible de desgastar como sea al Gobierno, sin hacer antes una profunda reflexión sobre lo que debe ser el socialismo en el siglo XXI, hace pensar que el PSOE está profundamente ofuscado. Los españoles necesitamos que este partido recupere cuanto antes sus señas de identidad y que proponga una línea política clara, general, coherente, autóctona y sin copiar ocurrencias e improvisaciones de otros que jamás serán partidos de gobierno. Lo que no tiene mucho sentido es que el PSOE aspire a seguir como partido mayoritario y que al mismo tiempo defienda unas líneas políticas copiadas en buena parte de las que sostienen los minoritarios movimientos izquierdistas asamblearios. Los nuevos y jóvenes dirigentes del PSOE parecen embelesados por los fogonazo que desprenden, como simples estrella fugaces, los movimientos que están a su izquierda, cuando la que tienen que seguir es la luz permanente del astro que los guió hasta ahora y que será la que les haga recuperar algún día el centro izquierda perdido y con él la posibilidad de volver al Gobierno. Pero los nuevos dirigentes no han comenzado bien: después de pactar con otras formaciones europeas –incluidos los demás partidos socialistas hermanos- nombramientos para las instituciones comunitarias han incumplido lo prometido, eso sí después de beneficiarse del nombramiento que les correspondía (Martin Schulz). Y la última ligereza, que parece un nuevo fuego de artificio que arreglará todos nuestros problemas solamente por la magia de las palabras, es proponer que comiencen los pasos para una “reforma constitucional hacia el federalismo”, sin haber dado a conocer a la sociedad las líneas programáticas esenciales de su propuesta y, sin explicar, si lo que propugnan es un federalismo asimétrico o no. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 21 jul, 2014