El Diccionario de la RAE define la belleza como cualidad de “bello” y por esta palabra entiende “Que por la perfección, de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu”. Lo que sucede es que cada persona tiene su “vista” y sus “oídos” y, si de lo puramente físico nos adentramos en el campo de espíritu, el de cada sujeto es tan diferente al de los demás que se podría afirmar que, situados en el ámbito que nos marca su significación gramatical, no hay solo una belleza, sino tantas bellezas como ojos, oídos y espíritus tamicen las formas perfectas que se nos muestren.
Tal vez por eso convenga situarse en otra perspectiva y comprobar qué dicen los pensadores. Desde esta óptica, permítanme que recuerde las siguientes palabras que escribió Gibrán Khalil Gibrán en su obra El Profeta:
“Todas estas cosas decíais de la belleza. Pero, en verdad, nada hablasteis de ella, sino de deseos insatisfechos. Y la belleza no es un deseo, sino un éxtasis. No es una boca sedienta, ni una mano vacía que se extiende. Sino un corazón inflamado y un alma encantada. Ella no es la imagen que quisierais ver, ni la canción que quisierais oír. Más bien, es una imagen que contempláis con los ojos cerrados, y una canción que oís con los oídos tapados. Ella no es la savia bajo la arrugada corteza, ni un ala atada a una garra. Mas sí, un jardín siempre en flor, y una multitud de ángeles siempre en vuelo”.
Si nos detenemos reflexivamente tanto en el significado gramatical de la palabra como en la concepción espiritual que ofrecen los poetas, para mí tengo que la captación de la belleza depende más de la persona que contempla que de lo que se ofrece a sus sentidos.
Lo cual me hace pensar que también hay que prepararse para poder captar la belleza. Y es que cuanto más refinado y educado esté un espíritu en mayor medida estará preparado para sumergirse en el estado emocional que permite disfrutar con los ojos cerrados y los oídos tapados de lo que está aprehendiendo su alma.
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