José Manuel Otero Lastres el 25 ago, 2016 Hace algunos años, cuando escribía más o menos quincenalmente en el diario La Voz de Galicia que dirigía el actual director de esta periódico, Bieito Rubido, criticaba en más de una ocasión la imparable tendencia hacia una excesiva profesionalización de la actividad política. Pensaba entonces que la política debía organizarse como una actividad abierta, de entrada y salida constantes, para que fluyera a través de ella la ciudadanía que disfruta y padece los problemas de la vida diaria. De tal modo que los ciudadanos estuvieran en las instituciones encargadas de la gestión de sus intereses. Era, en fin, una manera de mantener conectadas permanentemente la vida ciudadana y su gestión política. Y evitar, como está sucediendo ahora, que el político sustituyera los intereses generales por el suyo personal y profesional de perpetuarse a toda costa en su puesto. Desde aquellos años, no muy lejanos, hasta hoy, la profesionalización de la política ha ido a más. En nuestros días, se ha debilitado enormemente el idealismo que inclinaba a algunos de nuestros mejores ciudadanos a dedicar parte de su tiempo a resolver los problemas de todos. Hasta tal punto que, actualmente, una buena parte de los que acceden a la política ven en ella más un modo de resolver un problema personal de empleo que otra cosa. Aunque habrá quien ponga el grito en el cielo por lo que voy a decir, precisaré más: se trata en buena medida de personas procedentes del ámbito de la docencia en general, incluida la universitaria, que ve en la política un manera de asegurarse un sueldo, al menos durante un tiempo, en una profesión en la que no se exigen rigurosas pruebas de entrada. Se está produciendo una especie de desembarco de personal docente en el mundo de la política. En el ABC de hoy escribe Luis Ventoso un excelente artículo titulado “Festival de incompetencia” en el que relata escrupulosamente lo que está sucediendo en la ciudad de La Coruña, en cuyas cercanías tengo el privilegio de disfrutar del descanso veraniego. Y suscribo punto por punto lo que dice. Añadiendo, solamente, que no es casualidad que el actual alcalde de dicha ciudad sea profesor universitario. Pero hay algo que debo precisar para que se entienda bien lo que quiero decir. Cuando critico el desembarco de los docentes en la política no es por una cuestión de capacidad: generalmente los docentes son personas inteligentes y con buena preparación. Si me parece un inconveniente es porque el profesor está más entrenado para hablar y debatir que para gestionar y, por eso, su entrada en la política que requiere una gestión diaria provoca paralización. Hoy nuestros comentaristas políticos denuncian la incapacidad de nuestra clase política para llegar a acuerdos y la excesiva teatralización de la política con el consiguiente postureo. ¡Pues bien, qué es eso, sino una consecuencia de la excesiva afición de nuestros político actuales por hablar y debatir y su rechazo por la incomodidad que genera la gestión de los intereses de los ciudadanos! Y como remata el citado artículo Luis Ventoso “La basura, “amiguiños”, no es de derechas ni de izquierdas. Simplemente o se recoge o no”. A lo que me gustaría añadir “menos hablar y más gestionar”. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 25 ago, 2016