Los Soprano, uno de los mejores ejemplos de una década de gran televisión, terminó de emitirse en junio de 2007. Han pasado ya seis años, pero aquellas vidas peligrosas siguen en el baúl de nuestros mejores recuerdos. Cuando hablamos de la Mafia, pensamos en la cara redondeada de James Gandolfini/Tony Soprano, en su capacidad para vivir y dejar morir. En realidad, en mi caso, también pienso en «Honrarás a tu padre», el extraordinario libro de Gay Talese que inspiró la serie de televisión. En todos esos nombres (el «nuevo periodismo» de Talese, la mirada poderosa de Gandolfini y el escenario de la historia, Nueva Jersey) prosperó algo de lo mejor de la cultura popular estadounidense.
Han pasado seis años, en efecto, pero el «Tour de los Soprano» sigue siendo una de las estrellas del turismo de series que tan buenos resultados proporciona a Nueva York. La ruta por Sopranoland dura cuatro horas, y va desde el Garment District en Manhattan hasta Nueva Jersey. Los fans localizan a primera vista decenas de esquinas o locales que una vez vieron en la serie. Entre los más conocidos, habrá que pasar por el Bada Bing, un bar que en realidad se corresponde con un club de strep-tease llamado Satin Dolls; o por la casa de los Soprano en North Caldwell; por la parroquia del Padre Phil, o por Pizzaland.
Según parece, los fans de la serie han acudido tras conocer la muerte a Holsten’s, la heladería de Nueva Jersey donde se grabó la última escena de la serie. En la mesa en la que se sentaba el actor había esta vez un cartel que rezaba: «Reservado».
Foto: EJP Photo.
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