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Cuando la oficina asfixia, la solución puede estar en las patas de la cigüeñuela común

Un paseo sin turistas pero rodeados de aves por Las Tablas de Daimiel, un humedal en dificultades en Castilla-La Mancha

Cuando la oficina asfixia, la solución puede estar en las patas de la cigüeñuela común
Clásica pasarela de madera sobre una zona inundada de las Tablas de Daimiel
J. F. Alonso el

Tengo un amigo que se ha retirado de la vida social (“un tiempo, dadme un tiempo”) porque su agenda es un río desbordado de agua… y de maleza. Una cita más en ese batiburrillo de horas y nombres podría ser como un cocido después de una fabada: no entra, por bueno que esté. Por eso, para que todo no terminara en un día de furia, pensamos en un día de paz, en un paseo cercano al sol de este invierno amable. Así aparcamos de buena mañana en las Tablas de Daimiel (Ciudad Real), un humedal en peligro, como tantos otros.

Cuando la oficina asfixia, un viernes en busca de aves puede ser un regalo inesperado. Este año, en las Tablas de Daimiel apenas hay agua, dicen que un 5% de la superficie total inundada. No ha llovido mucho y el acuífero 23 -que debe estar ahí abajo aunque estos días no lo parezca- apenas rebosa. La Mancha Húmeda es un territorio de lagunas inundadas en el que destaca el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, creado en 1973 para proteger un ecosistema en el que pasa sus días, por ejemplo, la grulla común. O la cigüeñuela, con sus patas de alambre de color rojo, su rara elegancia y una engañosa fragilidad. 

En Daimiel llevan décadas quejándose de la sobrexplotación del acuífero, de las dificultades del parque para sobrevivir. Este año también. A los políticos de ahora se les llenan los presupuestos de nuevos cargos “eco”, pero ninguno sabe nada de esto ni hace nada por esto, nos dicen, una vez más, como decían hace unos años, o hace décadas. El acuífero 23, la ausencia de agua procedente del Guadiana, el solicitado trasvase del Tajo-Segura, el humedal que boquea exhausto, la cigüeñuela que pasea casi de puntillas junto a una pequeña laguna, ajena al debate. 

En invierno, desde noviembre hasta final de febrero, miles de grullas vienen a este escondite próximo a Daimiel. Un viernes cualquiera lo sobrevuelan alegres, casi en formación. Esta es su oficina. Al atardecer, verlas en sus dormideros es un espectáculo impagable, que disfrutamos desde las fotogénicas pasarelas de madera que serpentean por el parque, entre el masegar, los carrizos, la enea y los tarayes, unos pequeños árboles de ramas desordenadas que viven en ambientes húmedos. 

El contable de aves que nos acompaña anota más de veinte nombres diferentes en su agenda, a pesar de los malos tiempos, de ese 5% inundado. Avanza el día. La oficina queda muy lejos. Y las migas y los duelos y quebrantos, muy cerca.

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