-¿Cómo estás?
-Resistiendo.
En la calle central de Fitur te acaricia un sol desconocido (recordemos que la feria siempre ha sido en el frÃo enero de Madrid) y te llueven los saludos. “Cuánto tiempo. Qué alegrÃa. Aquà estamos otra vez”. Y, justo en ese punto, se insinúa un abrazo que se queda perdido en el aire. Como un anillo de humo. La feria del turismo siempre ha tenido algo de encuentro social (bueno, sÃ, también se hacÃan/hacen negocios), una cita para decir que seguÃas vivo. Los periodistas de viajes se concedÃan esta tregua anual para alargar la tarde en Tailandia, para picotear o tomar un vino en La Rioja o en Navarra, para pasar por Flandes y Alemania, para poner cara a aquella firma de correo electrónico que te habÃa ayudado con un trámite, con una habitación de hotel, con una foto imprescindible. Y, de repente, llegó el silencio. Quizá por eso esta mañana -con poca gente, con espacios vacÃos- esos saludos parecÃan tan felices como siempre. “Lo más importante es que cuando esto pase estemos vivos”, decÃa alguien en la entrada.
A pesar de las previsiones, el acceso a la feria ha sido fácil. En el código QR estaba la acreditación y el test negativo. Y un minuto después ya caminabas por esa gran avenida de Fitur. Con ocho o nueve personas en la cola del Coffee-bike, con las mesas de la plaza ocupadas para desayunar y con las puertas de los pabellones abiertas. No todos los pabellones, no todos lo stands, no todos los conocidos de otros años. “Pero, ¿qué podÃamos esperar? Después de un año de cero actividad no se pasa a cien en un dÃa. Esto que hemos conseguido es una gran noticia”, opina un visitante habitual. Y luego, a su lado, alguien se para y apostilla: “Tengo varios grupos de WhatsApp con gente de distintos ámbitos del sector, y ¿sabéis lo que os digo?, qué fuerza tenemos, qué gente, qué animo, qué cantidad de proyectos”.
En las conversaciones alrededor de una mesa baja por la que no hay que esperar se habla del Covid, pero no en exceso. Se habla sobre todo de negocios (“no nos quieren porque todavÃa no tenemos una solución global”), de futuro (“movilidad sostenible”), de volúmenes o márgenes. Algunos se quejan de que tienen pocas reuniones programadas. Y también de que Ifema les ha cobrado el mismo alquiler que el año pasado, a pesar de las circunstancias, y de que han tenido que pagar el test del Covid, 30 euros: “Ni siquiera han tenido ese detalle”. Incluso hay quien dice que “este es un Fitur fantasma”. Pero lo cierto es que esta es la primera gran feria presencial que ha vuelto en Europa, lo que no es poco.
No falta quien siente pena (“lo que esto fue”), quien mañana se quedará en casa. La moqueta de Fitur no cubre los pasillos por completo (quizá porque esta vez son más grandes), no se ven bandejas para picar, pero sà cae algún vino y un plato individual de patatas fritas. Y algunos de los eventos se han celebrado en la ciudad, ya desde dÃas atrás. La organización ha hecho ingenierÃa con los paneles, para que se noten menos las ausencias y los espacios vacÃos. También hay menos folletos y souvenirs (¿qué se llevará el público durante el fin de semana?). Y, sin embargo, muchos profesionales parecen casi contentos: están de vuelta (ellos y sus empresas); hay nuevos hoteles (en NH y Anantara rebosan proyectos), nuevos vuelos (“el de Iberia a Maldivas va como un tiro”) y barruntos (“Portugal estará lleno este verano”).
Al volver a Fitur muchos han comprobado que han sido capaces de resistir. E intuyen que el camino de vuelta parece practicable.
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