Aquellos trenes bufaban como un caballo que se enfrenta a un gesto extraño. La máquina de vapor que arrastraba los vagones de pasajeros de la línea entre Collado Villalba y Segovia «respiraba» ruidosamente, como un equino ante una situación extrema. Era un día de principio de verano de 1888, por la mañana, cuando se inauguró la ruta de 62 kilómetros entre Collado Villalba y Segovia, con parada en Collado Mediano, Cercedilla, El Espinar, Otero de Herreros y La Losa. El «caballo de hierro» se detuvo por primera vez en Cercedilla, un pueblo que no llegaba a los mil habitantes.
La pasión por la montaña había nacido décadas atrás en los Pirineos y en Europa empezaba a triunfar un movimiento de viajeros ilustrados que amaban los grandes espacios. Esas ideas estaban a punto de llegar a la sierra de Madrid. En 1886 se creó la Sociedad para el Estudio del Guadarrama. Y en 1907 una pandilla de «locos» del esquí fundó un lugar de leyenda: el Twenty Club, una cabaña dedicada a los fans de este nuevo deporte que bajaban eufóricos por las laderas del Ventorrillo.
Dice Tomás Montalvo, cronista de la villa, que Cercedilla es un caso único para explicar el turismo en la sierra de Madrid. Fue el lugar donde se unieron todos los prodigios del mundo moderno: el tren, el agua (las obras de traída se remontan a 1918), la electricidad (en 1925 se inauguró una fábrica de luz, que se puede visitar) y veraneantes famosos. «Influencers» de la época que atraían a otras personas. Además del paisaje, claro; de la rebequita en las noches de verano, de la nieve, del aire limpio que aliviaba a los enfermos de tuberculosis.
La casa de Canalejas
José Canalejas, presidente del Gobierno, pasó algún tiempo en Cercedilla en 1910, dos años antes de su asesinato. En 1901, su familia había comprado una casa de 1.500 m² por doce mil pesetas, según Montalvo. Con Canalejas llegaron algunos colaboradores cercanos, como el ministro Eduardo Cobián. Y el pueblo empezó a ver cómo propietarios adinerados construían «hotelitos», casas recias y grandes con mucho granito y amplios jardines.
Con la Institución Libre de Enseñanza, creada en 1876, subieron entomólogos, geólogos, botánicos. El aula era la montaña, con Francisco Giner de los Ríos como jefe de operaciones. Daban clases entre los senderos y los pinos y pasaban la noche en un refugio que aún está en pie, en el Ventorrillo. Empezaba una época dorada en Cercedilla. Nacía un turismo de élite. Y un movimiento, el guadarramismo, expresión del amor a la naturaleza.
Una agencia de viajes local (Viajes Madroño) organiza todo el año paseos guiados por el pueblo, entre ellos el llamado «Personajes ilustres de Cercedilla». Carlos, el guía, queda con sus clientes bajo la estatua dedicada a Paquito Fernández-Ochoa, un héroe local, medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sapporo 1972. Es el centro del pueblo, a un paso del Café Colonial, del Museo del Esquí y del Ayuntamiento. Por la mañana huele a pan, a café, incluso aún a tinta de periódico. «Si hablamos de personajes ilustres, qué mejor manera que empezar por el rey de la nieve», dice. Aunque Cercedilla entera parece un paseo de la fama. En la Colonia Camorritos, urbanización de lujo creada en los años 30, han vivido o trabajado César Manrique (autor de una de las casas), Pedro Caba (quien fuera médico de la Pasionaria), Emilio Botín o las hermanas Koplowitz. Caba, por cierto, abrirá su casa para una ruta este verano.
En un chalet de Cercedilla vivió sus últimos años Joaquín Sorolla. Allí murió el 10 de agosto de 1923. Un coche fúnebre trasladó el cuerpo a Madrid. El pintor había comprado Casa Coliti (hoy villa Sorolla) para su hija, enferma de tuberculosis, y terminó siendo su último refugio durante tres largos años, tras sufrir una hemiplejía. Juan Ramón Jiménez fue uno de sus huéspedes. Esta casa pertenece ahora a un vecino del pueblo. Curiosamente, ningún organismo público pensó en adquirirla para hacer un museo.
Tampoco ha ocurrido en la de Ramón y Cajal, cuya hija se casó con el doctor Ángel Cañadas López. En Cercedilla ha vivido una abundantísima nómina de médicos, muchos de ellos especializados en enfermedades pulmonares. Su casa, por fuera, luce un buen estado, habitada. La del poeta Luis Rosales, en cambio, sufrió un incendio y fue reconstruida. La original tenía un jardín con coníferas, árboles frutales y una rosaleda.
De Cercedilla salen algunas de las rutas más populares del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Hay que llegar al pueblo para tomar el camino hacia la Fuenfría y las Dehesas. En verano cientos de personas suben en busca de las aguas frías (más bien gélidas) de las piscinas de las Berceas y de un horizonte de hierba y pinos. Otros dirigen sus pasos a la Calzada romana o a la ruta de los Miradores de los poetas.
Mirador de los poetas
La sierra y los escritores siempre han hecho buenas migas. Desde 1925, Vicente Aleixandre pasó largas temporadas en Miraflores. Pero el gran escritor de Cercedilla es el poeta Luis Rosales, que veraneó aquí desde 1961. En el pueblo le recuerdan con verdadero cariño. Dejó dicho que trabajaba desde las once hasta las siete sin parar para comer, y que durante esas horas no se le podía molestar. A él está dedicado uno de los miradores de la Senda de los poetas, con estos versos: Las noches de Cercedilla / Las llevo en mi soledad, Y son la última linde / Que yo quisiera mirar.
El Mirador de los poetas fue una idea de la Fundación Cultural de Cercedilla. El primero, en 1984, se dedicó a Aleixandre; el segundo, a Rosales, un año después. Y luego vinieron Machado, García Nieto, Panero. Es una ruta de unas cuatro horas, ida y vuelta, que también conduce al Reloj Solar de Camilo José Cela en la pradera de Navarrulaque, como homenaje al autor de Cuadernos de Guadarrama. (Información sobre las rutas: Centro de Visitantes Valle de la Fuenfría, 918 522 213).
Desde el Mirador de los Poetas hay una vista en cinemascope del Valle de la Fuenfría, desde Cercedilla a Siete Picos, la Maliciosa, Abantos… El reino de la piedra. El refugio de una elite cultural, política y económica que entendió el guadarramismo como una forma de amar la vida. Gloria Fuertes, que participó de esa idea, residió un tiempo en EE.UU. Allí escribió un verso que era una sentencia: «Cambio rascacielos de Nueva York por pino de Cercedilla».
España