Alguien ha pasado la escoba por el cielo, al pie de los Alpes, junto al  imponente Mont Viso (3.841 m.), y ha dejado estos dÃas el horizonte  inmaculado, sin una nube. Un zurcido perfecto de viñas, castillos y las cumbres afiladas, visibles desde cualquier lugar. Estamos en la provincia de Cuneo, a una hora de TurÃn, un lugar desconocido en la cercana España, a pesar de que en estos campos se produce un vino de esos que elogian los entendidos, el Barolo; de que aquà se inventó el movimiento «Slow Food», la búsqueda de la excelencia en la mesa; y de que a pocos kilómetros nació Cesare Pavese.
Pavese no era ciertamente un enamorado de los viajes («Son una barbaridad -escribió-. Le obligan a uno a confiar en extraños y a perder de vista la comodidad familiar de la casa y de los amigos»), pero el hecho de que viviera en un entorno tan sugerente nos permite llevarle la contraria, tomar un avión y llegar a tiempo a la antigua ciudad romana de Pollenzo. En el mismo complejo se construyó en 2004 un hotel y la primera Universidad de las Ciencias Gastronómicas del mundo.
El paladar y la historia son el santo y seña alrededor del cual gira esta ruta de pueblos con encanto, situados en las zonas más elevadas de un  paisaje de colinas. Hasta aquà llegaron miles de personas que, en torno al año 402, olieron el peligro e hicieron las maletas. Se enfrentaron los romanos de Estilicón y los godos de Alarico, y el miedo al futuro llevó a muchos a echar raÃces montaña arriba. La carretera, hoy, serpentea entre viñedos, cuesta arriba o cuesta abajo, en busca de los pueblos-fortaleza que  nacieron a partir de aquel ruido de sables.
Del complejo de Pollenzo, que ocupa un edificio que fue patrimonio del Rey Carlos Alberto, y del pueblo cercano, construido en forma circular sobre la estructura de un anfiteatro romano que sólo se intuye, viajamos a Cherasco. AquÃ, el caracol es una referencia de estilo de vida, como en el resto de la región, pero también de negocio. Se crÃan y se comen, en alguno de los restaurantes que se asoman a unas calles adoquinadas, ejemplo de «slow city», de vida lenta y silenciosa. Su historia arranca en 1243, y ese pasado largo salpica el castillo Visconteo (1348), o las mansiones que se asoman a la calle central que divide el casco urbano en dos. Cada uno de estos pueblos tiene una historia propia, de municipios libres cuando pudieron, y más a menudo como parte del territorio de los todopoderosos Carlos de Anjou, Francisco I de Francia, Carlos V, Napoléon y, por supuesto, la familia Saboya.
De ese repóquer de poder quedan castillos (como el hermosÃsimo construido en La Manta, joya del gótico tardÃo, principios del siglo XV) y -en mayor número- iglesias y monasterios, como el de Vicoforte, que ordenó construir Carlo Emanuele de Saboya a finales del XVI, hoy destino de peregrinos de todo el mundo. Su cúpula asombra: 250 metros de perÃmetro, 75 de altura, 37,15 de un extremo a otro.  Con esta pesada mochila de historia en su espalda, la provincia de Cuneo, sin embargo, naufragó durante años: agricultura en decadencia, vinos poco valorados, escaso turismo y futuro gris. A principios de los años 90, a alguien -léase los gestores de la asociación «Slow Food»- se le encendió la bombilla. Fijaron un máximo en la producción de vino, seleccionaron cada uva que se recogÃa, apostaron por la calidad de cada producto sembrado, crearon el entorno necesario para recibir a un tipo  de turista que exigÃa calidad, productos con denominación de origen y hoteles deliciosamente decorados. El resultado es un futuro prometedor.
Todos los pueblos de la ruta están a tiro de piedra. Llegamos por ejemplo a La Morra, donde las calles empinadas nos trasladan a su origen medieval. Y, luego, a Alba. El centro transmite sin interferencias el estilo de vida lenta: calles peatonales, tiendas para gourmets, casas-torre (no en vano ésta es «la ciudad de las mil torres») y, por supuesto, la catedral, del XIII. Bra es la sede del movimiento «Slow Food». En Cuneo, la capital de la  provincia, se respira dinero: coches de lujo, en su cara moderna, y soportales llenos de fascinación, que nos devuelven a la esencia del viaje. Para el último dÃa queda Saluzzo, capital de un marquesado que mantuvo una inteligente polÃtica de alianzas con Francia y los Saboya. Hoy, sus palacios y monumentos medievales derrochan magia.
Foto superior: Carlo Emanuele de Saboya mandó construir el santuario de Vicoforte, con la cúpula elÃptica más grande del mundo, en 1595.
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