¿Quién nos iba a decir que aquel, en apariencia, valiente, líder independentista que desafíaba al Estado y se ponía la legalidad constitucional por montera iba a terminar huido y escondido en un país europeo?
¿Qué pensará toda esta gente que siguió al ya expresidente de la Generalitat que, cual flautista de Hamelín, encandiló a una parte de los catalanes en esa engañifa de la independencia?
¿Cómo ha podido ser tan cobarde que, a la primera de cambio, ha dejado tirado a su suerte a su amado pueblo catalán?
Yo he podido pensar muchas cosas de Puigdemont, que era un iluminado, un irresponsable, un loco, pero debo reconocer que nunca pensé que, además, era un cobarde. Al menos creía que se quedaría junto a los suyos, cuando el Estado de Derecho devolviera la legalidad a Cataluña.
Pero no, se ha buscado una madriguera en Bruselas y allí permanece agazapado, bien asesorado por un abogado de etarras, huyendo de la Justicia española, como un prófugo cualquiera.
Qué triste imagen para los suyos, que quién les vendió la moto de la independencia, no sea capaz de dar la cara ante la Justicia española.
Seguir a Paloma Cervilla en Twitter.
Diez últimas entradas:
Puigdemont y el canto del cisne
Rajoy y su golpe mortal al secesionismo
Puigdemont se pitorrea de España y de los españoles
Rajoy devuelve a Pedro Sánchez a la cordura, de momento
La mayoría silenciosa dijo “no” a Puigdemont
Felipe VI enseña el camino del 155 para Cataluña
Ni fachas, ni carcas, españoles orgullosos de su bandera
Así puede Cataluña declarar la independencia
Banderas y Serrat, dos valientes frente al sinsentido catalán
España