Nuestros comportamientos se rigen y se mantienen por una serie de contingencias, es decir, nos aportan algo. Incluso los hábitos pocos saludables tienen contingencias. Quedarte en el sofá en lugar de hacer deporte tiene la «comodidad» de seguir haciendo algo que no requiere esfuerzo…y eso también es gratificante.
Pero existen algunos comportamientos a los que atribuimos algún beneficio psicológico o la capacidad de aprendizaje. Hemos supuesto que es así pero no tenemos la certeza ni la ciencia de que de verdad sea así. Un ejemplo de ello es tratarnos mal cuando cometemos un error, pensando que con la crítica aprenderemos para futuras ocasiones. La ciencia ha demostrado que el cerebro se bloquea cuando nos tratamos mal, impidiendo así cambiar aquello en lo que habíamos cambiado.
Y otro comportamiento absurdo, y perdonen ustedes el término, es anticipar lo negativo. Nuestro cerebro tiene un sesgo de negatividad a través del que le gusta ver la parte negativa de la vida. En algún momento de la escala evolutiva nuestro cerebro aprendió que ver la parte negativa y anticiparse a lo peor, le ayudaba a prevenir y con ello a sobrevivir. Y es cierto. Hace miles de años había que anticipar lluvias torrenciales o largos inviernos de nieve en los que igual no era posible salir de la cueva a cazar. Y había que aprovisionarse con suficientes alimentos. Pero ya no vivimos en cuevas y a pesar de la lluvia, nos traen a casa la compra si la realizamos por internet.
Así que anticipar lo peor hoy en día no tiene mucho sentido, incluso en tiempos del Coronavirus. Varios estudios demuestran que las personas que anticipan el peor de los escenarios, como puede ser suspender un examen, no solo no evitan el malestar emocional cuando lo suspenden, sino que sufren durante el proceso de estudio y, además, se esfuerzan menos que los que mantienen una actitud optimista. El optimista no es un iluso. Es una persona que mantiene la serenidad y la esperanza, mientras invierte esfuerzo y trabajo en conseguir su objetivo. El optimista no espera aprobar sin estudiar. La idea de que el esfuerzo tenga premio, como es aprobar después de estudiar, te mantiene motivado, con ilusión y permite que seas más disciplinado, que te esfuerces y trabajes mejor que aquel que está contemplando que puede suspender.
Lo mismo nos pasa ahora con nuestro estado emocional durante el confinamiento. Esperar lo peor, estar pensando que esto va a durar más de lo que imaginamos, que todo está descontrolado, que pueden fallecer nuestras personas queridas si igual no están ni infectadas, que la debacle económica no tendrá solución, pensar en todo ello a pesar de la realidad que pueda esconder, no nos ayuda a vivir este momento mejor.
No se trata de engañarnos con ideas ilusas e infantiles. No se trata de pensar que todo va a ir como la seda. No se trata de crearnos falsas expectativas. Se trata solo de cuidar nuestro estado emocional para poder vivir este momento desde la serenidad, la esperanza y el optimismo. La mente encuentra lo que va buscando, y si al final nos orientamos a todo lo negativo que hay alrededor y anticipamos todo lo negativo que está por venir, nuestras emociones sufren, perdemos la esperanza, dejamos de hacer ejercicio, de llamar a los amigos, de cocinar saludable, dejaremos de sentir este sentimiento de pertenencia.
No le permitamos al coronavirus que nos gane la batalla de la esperanza. Anticiparte no te ayudará a prevenir, ni el equilibrio emocional ni la situación. Lo único que nos ayuda es comportarnos de forma responsable, ocuparnos de lo que depende de nosotros y confiar en que, en el futuro, ya sea mañana, dentro de una semana o dos meses, entre todos buscaremos soluciones para superar esta crisis que nos afecta a todos.
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