En estos tiempos tan duros y más en estos días tan señalados, muchas personas preguntan cómo se debe afrontar una pérdida de forma adecuada. Y ya lo siento, pero no hay una respuesta correcta. Es el proceso de adaptación a una vida nueva sin la presencia de la persona que se ha ido. Y a pesar de que los manuales de psicología marcan unas pautas para diferenciar cuándo el duelo está fluyendo con normalidad y cuándo se considera patológico, sinceramente, no hay reglas universales para la correcta gestión. Porque cada pérdida y cada duelo son únicos, personales. Depende de muchas variables. De cómo se ha producido la pérdida, del vínculo que teníamos con la persona, de lo que teníamos pendiente con esa persona, de la propia experiencia anterior con la pérdida, del momento emocional en el que tú te encuentras, de tu resiliencia y fortaleza emocional… Por eso es imposible predecir cómo cada uno va a vivir su duelo o dar directrices de las etapas que tenemos que atravesar y compararnos si nosotros lo estamos viviendo así o no.
La muerte y la suerte, desde su lado no controlable y casi nunca predecible, tienen su punto caprichoso. Y de repente uno se ve desnudo ante esa realidad, sin ganas de encajarlo. Sin ganas de esforzarte en comprenderlo. La muerte de un ser querido es un momento de tristeza, desolación, de un adiós definitivo. Porque sólo en ese momento somos conscientes de lo que significa “para siempre” o “nunca más”. La muerte revaloriza la vida. Le da sentido. No solamente a la vida, le da sentido y valor a las relaciones, a los vínculos, a los detalles, a las experiencias, a lo que creíamos que era normal y de repente dejas de tenerlo.
Perder a un ser querido no supone perder el vínculo con la persona. Cuando emocionalmente encontremos el momento oportuno, podemos seguir manteniendo una relación especial con esa persona. Cada uno elige cómo seguir vinculado la persona. Podemos incluso, si uno lo decide, no tener ningún tipo de relación.
Noviembre es el mes de los que ya no están. O si están, pero solo en nuestros recuerdos. Pero para poder convivir serenamente con tus recuerdos a veces atraviesas momentos de negación, rabia, tristeza, hasta toparte con la aceptación y volver a la vida.
Si te identificas con alguna de esas emociones y quieres ayudarte a sentirte mejor, puedes empezar por…
1. Aceptar tu emoción, más que la pérdida, la emoción. No trates de forzar lo que no sientes. No te hagas el fuerte. Si te apetece llorar, llora. Si no te apetece salir, no salgas. Si te apetece hablar del tema, habla. Deja que tus emociones fluyan. A veces las ocultamos para que los demás no nos vean sufrir, porque creemos que no merecemos tener ese rato de desconsuelo con todo lo que sufren otras personas, y nos negamos el sentimiento. Pero el sentimiento está ahí, y aunque lo reprimas no va a desaparecer.
2. Comparte con los demás cómo te sientes. No tienes por qué sobrellevar tú solo tu pena. Hablar no te devuelve a la persona, pero es muy consolador contar con el apoyo de los demás. Llama a tus personas “cálidas”. No todos los amigos o familiares saben escuchar igual de bien o dar consuelo que consuele. Tenemos alrededor personas con todo tipo de virtudes, algunas son unas motivadoras natas y otras saben dar palabras de ánimo. Cuenta con ellas.
3. Déjate abrazar. Un abrazo de más de 20 segundos libera oxitocina. Te hará sentir bien y querido. Un abrazo te protege, te mima, te envuelve. Déjate querer estos días.
4. Habla con la persona querida. Solo cuando puedas y estés preparado. Hay tantas cosas que te gustaría seguir compartiendo, ¿verdad? No lo puedes hacer ahora con la persona presente, pero sí puedes entablar una relación en tu imaginación. Recuperar la relación con la persona que se ha ido no es una fantasía. Es una manera de mantener ese vínculo. Al principio de la pérdida esto parece imposible. No porque no podamos hablar con alguien que no está, sino porque no apetece un tipo de relación que no se parece en nada a la relación que antes disfrutábamos Es como tener algo descafeinado. Pero a medida que empiezas a recuperarte, hablar con la persona simbólicamente, escuchar las propuestas que te haría si estuviese en mi vida, contarle tus cosas, puede ser muy enriquecedor. Conoces tanto a la persona que seguro que eres capaz de visualizar qué te contestaría y cuál sería su expresión facial. Hablar solo no es de locos. Al contrario, es muy gratificante. Y, al fin y al cabo, no estás hablando solo. Te estás relacionando con la persona querida. Yo después de un año y pico he conseguido hacerlo con mi abuela. He colocado una foto pequeñita suya en la cocina y la miro todos los días con amor y le hablo mientras cocino.
5. Aprende a vivir sin lo que la persona representaba en tu vida. Muchas veces la pérdida de un familiar con el que convivíamos no solo supone la pérdida de la persona. También de la rutina de las actividades que la persona realizaba. Además de compartir amor compartíamos la vida. Ocuparse de todo lo que realizaba la otra persona y que necesitas seguir realizando tú, puede provocar bloqueo. Tienes que aprender a tomar decisiones o resolver por tu cuenta esas actividades: cocinar, la gestión de la economía familiar, la organización de los viajes… Pide ayuda, pero en cuanto puedas, prueba a tener tú la iniciativa.
6. Normalizar la vida. A pesar de que ahora parece imposible que uno vuelva a retomar actividades que antes se hacían en pareja o con familiares o amigos que se han ido, retomar lo que te hacía sentir bien con ellos puede ser un signo de respeto hacia la persona que se ha marchado. Seguro que ellos estarían deseando que tú siguieras disfrutando de lo que compartías en común.
7. Dejar fluir. Significa imprimir el ritmo que tú decidas a cada uno de estos pasos. Cada uno tenemos un ritmo. Forzarlo no tiene sentido. Deja que fluya el dolor, la pena, las ganas de retomar actividades. Las personas que tienes alrededor quieren que estés bien. Por eso suelen tratar de forzar situaciones o actividades para las que tú consideras que no es el momento. Pídeles tiempo.
La mejor manera de tener un “duelo bonito” es que no se te quede nada en vida en el tintero. Trata hoy a tus seres queridos como si mañana no fueras a verlos más. Porque así puede ser. Lo que no dijiste ayer, ya no puedes decirlo hoy. El comentario amoroso que te dejaste sin decir se quedó en el vacío, el abrazo, coger la mano, las risas, el humor compartido, la complicidad de una vivencia, el recuerdo de tantos momentos juntos. ¡Cuántas cosas nos guardamos, dosificamos sin darnos cuenta de que la vida no tiene otra oportunidad!
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