La bandera es un trapo. No les digo yo que no. Muchos así la definen. Normalmente los que no les gusta enarbolarla, claro. Aunque a lo mejor, paradójicamente, sí les guste otras. U otros símbolos. Y aquí está la diferencia. Cuando ese trozo de tela de colorines, se convierte en un símbolo. La imagen y, por tanto, el símbolo, es mucho más fuerte y necesario que lo que creemos. Y por eso no hay religión, pueblo, o grupo que no acabe teniendo el suyo para ser reconocidos. Decía el psicólogo Carl Jung que, «llamamos símbolo a un término, un nombre o una imagen que puede ser conocido en la vida diaria aunque posea connotaciones específicas además de su significado corriente y obvio». De este modo todo puede ser o convertirse en un símbolo. La calabaza o la sandalia de los seguidores de Brian en la película de los Monty Python. Un andamio de telecomunicaciones que demuestra la capacidad de construcción mediante un nuevo sistema con hierro pudelado en Paris, como hizo un tal Eiffel. O una tela cuasi fosforita por su combinación cromática que te indica que tal o cuál barco es amigo o enemigo, como la bandera de España.
Iba a ponerme muy estupendo como sólo el Espía Mayor sabe hacer, hablando de la historia de las banderas, los lábaros romanos, los pendones medievales, y el sursumcorda vexilológico. Como para dar fuerza a mis argumentos. Pero me acabo de dar cuenta que iba a ser inútil. Absurdo para apoyar ninguno con relación a lo que, no es que esté pasando ahora. Es que lleva ocurriendo desde que nos empezamos a dar la del pulpo en las Carlistas. La verdad es que en ese momento seguía siendo más una forma de saber de qué lado estaban los tuyos, aparte de la fuerza que tenía ya como símbolo de agrupamiento. Pero llegó la para mí, cuarta guerra carlista, o la Guerra Civil como la llamamos ahora (ya llamamos así en su momento a la primera carlistada), y empezó a irse la cosa al guano. Entre tantas cosas, aquello que las naciones forjan para ser reconocidas como tales.
De este modo, el símbolo que se enarboló contra el Francés en la de 1808, y que había navegado por todos los mares y océanos con esa combinación visual inigualada para ser vista en la mar, desde 1785; la que popularizó la Milicia Nacional que defendía la Constitución liberal de 1812, de pronto se cambió inconscientemente dando carta de naturaleza «a un grave error». Y eso en palabras del defensor de Madrid contra las tropas franquistas, el general Vicente Rojo. Si enlazan al hipervínculo de la cita, podrán ver más acerca de su pensamiento al respecto. Pero no me resisto a transcribir esta frase de este gran patriota de izquierdas, que en 1939 escribió: «Ni inconmovible, ni imperdurable ni eterna es la bandera tricolor, porque no nació del pueblo, sino de una minoría sectaria. No crearon pues un símbolo nacional, que ya estaba creado con ese carácter, sino uno de lucha partidario, haciendo prevalecer las ideas de la República por encima de las ideas de Nación y Patria. Hoy los españoles están divididos en torno a dos banderas: tal es el fruto de aquel error». ¡Tela!
La actual llamada izquierda, que ya quisieran ser antifascistas por muchos triangulitos rojos que se pongan en sus perfiles sociales, (¡y si me apuran, ser de izquierdas, que no lo son ni por asomo!), jamás han querido la bandera nacional. Pero les han encantado otras de todo tipo y color. El actual Vicepresidente Pablo Iglesias llegó a decir en 2013: «Yo no puedo decir España. Yo no puedo utilizar la bandera rojigualda» (sic). Y ya. Ya sé. Es que es una bandera impuesta, que si monárquica, que si de Franco… (¡chupito!). Y sobre todo. ¡Nos la han robado! Si alguien dice eso, le piden foto de alguna vez que la haya tremolado o llevado como símbolo en alguna prenda. Porque desde luego, a mi no me roban lo que es mío sin luchar por ello. Sin defenderlo. Sin ambages ni aspavientos de doncella Marianne republicana ultrajada.
Un español puede llevar siempre su bandera. ¡Faltaría más! ¿Que si me gusta que se hayan llevado a manifestaciones contra el gobierno? A mí, particularmente, no me gusta. Creo que había que haber buscado otro símbolo para una protesta legítima contra la gestión (nefasta a mi modo de ver) del legítimo gobierno de la nación española. Pero comprendo que se saque por quienes ven que este gobierno pacta con una formación como EH-Bildu, donde han dejado muy claro que su objetivo es «construir la república vasca», como dijo este mismo enero el diputado Oskar Matute. O al leer este mismo mes, que los socios preferentes del gobierno, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el documento filtrado en pleno Estado de Alarma, en que se dice: «Por salud democrática, consideramos necesaria la abdicación de Felipe VI, una investigación exhaustiva sobre las interferencias políticas y la corrupción de la Monarquía Borbónica, y un referéndum sobre monarquía o república al resto del Estado».
¡Pues lo mismo al final la gente sale con el símbolo nacional porque cree que está en juego algo más que la responsabilidad por decenas de miles de muertos! Definitivamente, lo que es una realidad es que, como dijo el periodista Rafa Latorre en la radio hace poco, está claro que necesitamos «políticos que estén en paz con su nación» como ocurre con los del resto del mundo. Con su nación. Con su Historia. Y con sus símbolos. Como lo es la bandera de España. La de todos. ¡A ver si hay suerte! Y no nos pongamos más excusas.
Actualidad