No sé por qué pero me acuerdo de los años del punk, del insoportable calor de finales de julio cuando las camisetas tenían que ser sin mangas o no ser, cuando el roto en el pantalón venía bien aunque no quisieras emular a The Ramones, cuando las drogas no eran ni de diseño ni caras. La habitación de Cachas, forrada hasta el techo con pósters de The Meteors, The Cramps, The Clash. Los discos a todo volumen en una ciudad fantasma, con todos los desertores dejando la ciudad desierta, como un poblado del lejano oeste.
La cruda realidad tiene su punto, así lo supimos ver durante unos años en los que sin haber leído a Émile Zola ni saber nada del feísmo, cuando lo del situacionismo nos sonaba a chino, sin embargo nos dejamos arrastrar por lo que tenía el punk de patada en la boca no solo a los poderosos, que no eran nadie ni tenían rostro, sino a cualquier convención social. Más que liberador, una entusiasta sensación de que la libertad es precisamente eso, expresión. El punk dio con la clave, por vía negativa, de lo más importante en nuestro breve e insignificante paso por la tierra: que hay que expresarse o morir. Ahí está la redención.
Joe Strummer (1952-2002) murió recién cumplidos los cincuenta años, tras haber sido después de Elvis Presley el más recordado y señero cantante de la historia del rock & roll. Su grupo The Clash consiguió absolutamente todo lo que puede soñar una banda de rock, en un período corto pero intenso que arranca en 1977. Un personaje irrepetible que acabó enamorándose del Sur de España.
Por increíble que parezca yo conocí a Joe Strummer. Fue en una ocasión, debido a que el piso en el que nos alojamos los cuatro estudiantes de apenas veinte años en Londres aquel verano era propiedad de un gallego que ejercía de diler del Sr. Strummer. Y cuando salíamos del portal, muy británico, con las típicas escaleras bajas casi a pie de calle, ahí que en la esquina aparecía Joe abalanzándose como un camicace a la espalda del gallego, de coña, claro, en un placaje casi a diario que se convirtió en algo habitual.
Joe Strummer, ya con The Clash, ya con su último grupo Los Mescaleros, significa algo que en la historia del rock and roll no puede obviarse, y es esa forma de abordar la vida del artista como un intento de ser verdadero, sea lo que sea lo que signifique esto. Tal vez su manera de conectar fuera por ello tan diferente al resto, y la razón por la que su recuerdo esté tan pegado a la biografía de muchos de nosotros. Larga vida a The Clash, sin cuyas canciones muchas de nuestras vidas se habrían escrito sin duda de otra manera.
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