PHOTO: Víctor Moreno
Chrissie Hynde cantó bingo sin darse apenas cuenta la noche del domingo, fin de mes y, para algunos, inicio de las vacaciones. Aunque paseando por las diferentes localizaciones de este recinto especial que es el de las Noches del Botánico en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII, lo que iba viendo con mi sombrero Panamá en esta deliciosa tarde de domingo no era como para subirse a un árbol por el exceso de famoseo, más bien al contrario, fans de la banda anónimos en su gran mayoría. De lejos vi pasar a Johnny Cifuentes, el superviviente de Burning, muy para la ocasión, con su chupa de cuero y sus gafas de rock. Aunque, claro, seguimos echando de menos a Pepe Risi, ausente en este festín de puro rock, al igual que el guitarra Honeyman-Scott y el bajista Pete Farndon de Pretenders que nos dejaron recién publicados sus dos primeros álbumes en aquel florecimiento de la música pop británica a caballo del punk al que llamaron “new wave” en la segunda mitad de los años setenta.
En aquel Londres ardiente, bajo el lema de “hazlo tú mismo”, la joven aprendiz de squatter que se codeaba con Malcolm McLaren y Vivienne Westwood en su tienda de Kings Road, la que guapeaba las calles junto a Sid Vicious, se convirtió en una punk rocker de las de armas tomar y con solo dos discos, un timbre de voz inconfundible y bajo las enseñanzas de Ray Davis y los Kinks, su modelo compositivo y pareja sentimental, alcanzaría el Number 1 UK, como rezaba la portada de su primer disco, todo ello en tiempo récord.
Ver en Madrid a semejante leyenda, de esas que hacen coincidir a crítica y público, en un concierto al aire libre sonaba tan apetecible que las entradas se agotaron hace ya tiempo. De hecho no llegué a atisbarlo entre tanta cabeza, pero por las palabras de la Hynde desde el escenario es más que probable que en la pista estuviera también el ínclito Pedro Almodóvar, siendo como son ambos fans uno del otro.
Llegué tan pronto que me dio por ver al “telonero” en lo que llaman “Espacio Alhambra de Granada” y escucho con agrado a un grupo que dice haber grabado su álbum en Tucson, Arizona, aunque son de aquí y se hacen llamar Bye Bye Lullaby. Su mezcla de sonidos fronterizos, country, ranchera y cumbia me recuerdan a unos Calexico o a Pink Martini. Ahí que me quedo con el sol molestando en la cara, me voy girando a la izquierda, evitándolo, y empiezo a ver personas de una fauna que nunca dejará de sorprenderme, pero que cuenta con la ventaja de haber vivido más o menos el mismo imaginario que tú. No me atrevo a dilucidar la edad media, pero, va entre los nacidos en 1961 a 1970. Los más jóvenes, que los hay, son esas anomalías del sistema.
Después de un bocata de jamón, ya convocados al evento, con la luz del sol poniéndose y las estrellas dándonos la bienvenida, aparece la banda, con puntualidad de Ohio… digo británica.
Camino para tomar posiciones en la pista, próximo al escenario. En frente un joven James Walbourne que comienza a desplegar todo su potencial mediante trucos y florituras a la guitarra eléctrica retorciéndose como una lagartija. El bajista es tremendamente preciso también y sabe transmitir con sabiduría pese a su temprana edad. El baterista se amolda y funde con el bajo, pendientes ambos de los movimientos de la Hynde, un icono aún vivo de la era dorada del rock británico. El sonido es magnífico, pese a la distorsión y los decibelios vertidos por un cuarteto clásico de dos guitarras, bajo, batería y voz. Un formato minimalista, sin teclados ni sintetizadores, sin vientos ni coros, ni violines, no hace falta.
El repertorio combina canciones de sus primeros discos, donde algunas son coreadas y aplaudidas desde el arranque, así tras “Let The Sun” y “Turf Accountant” canta Hynde su maravillosa “Kid” y ya la fiesta está montada.
Hay tiempo para el lucimiento de los músicos durante una meseta en el concierto, donde se despliegan “Time The Avenger”, “Message of Love”, de su segundo álbum, con esas guitarras que parecen campanadas de iglesia, y “Private Life”, con sus toques jamaicanos, hasta que llega uno de los momentos estelares de la noche, con el público entregado y Chrissie Hynde cantando para deleite de pequeños y mayores “Back on The Chain Gang”, el gran éxito de su tercer disco de sabor agridulce al cantar la pérdida de sus dos compañeros de viaje y con quienes compuso parte de su repertorio inicial. Esa palabreja tan de moda en los últimos tiempos, la “resiliencia” ante las adversidades y los reveses que da la vida es una de las características que hacen de esta artista y cantante un ser tan especial y que le ha hecho ganarse el cariño y el respeto mayoritario.
Chrissie Hynde sonríe mucho, se la ve contenta, relajada en el escenario, su voz sale como un chorro de agua de arroyuelo, como la de un jilguero por la mañana en un patio interior, fina y elegante, en contraste con las afiladas guitarras que echan chispas. Ahora nadie puede parar y se recibe con alborozo “Don´t Get Me Wrong”, otro hit de Pretenders, un regalo espléndido el que le hizo el genial Ray Davis escribiendo para ella esta canción, auténtico llenapistas.
Continúa la noche su curso con parte de lo mejor de su repertorio, sonando “Day After Day”, la saltarina y delicada “Thumbelina”, “Vainsglorious”, “Sense of Taste” y “Junkie Walk”. Los mecheritos, hoy día las luces de los teléfonos móviles, se encendieron con “I´ll Stand By You”, siendo de las más jaleadas “Stop Your Sobbin´” entre el más que nutrido público femenino, para llegar a la recta final, con “Break Up The Concrete”, “Up The Neck” y la vertiginosa “Bad Boys”.
No se mueve ni un alfiler en el recinto de los Jardines del Botánico. La noche es fantástica, la gente está feliz de verdad, no hay más que ver sus caras. Entonces vuelven a salir para el bis, sin hacerse mucho de rogar. De manera simpática comenta: “dejen de mirar sus teléfonos: España ha pasado a cuartos en la Eurocopa. E Inglaterra también. Así que todos contentos”. Arremeten con una tremenda “Middle of The Road” de su tercer disco donde solo les faltó tocar la guitarra con los dientes, dejando para el final “Mystery Achievement”, la canción de cierre de su espectacular debut allá por 1979.
Es impresionante la vitalidad de la Hynde teniendo como tiene acumuladas tantas experiencias vitales en sus alforjas. Pero ya se sabe que los viejos roqueros nunca mueren.
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