FOTOS: Fer González
Cuando la leyenda te persigue -algo que le lleva ocurriendo a Chris Isaak tras su éxito mundial con “Wicked Game” para la película “Corazón Salvaje” de David Lynch , jugada por la que Lynch hizo al rocker recorrerse cientos de millas hasta Los Angeles solo para sentarlo en un sillón y darle el visto bueno-, pueden ocurrir dos cosas: que la leyenda te trague como la ballena al capitán Ahab, o que salgas reforzado del envite y esta se agigante aún más. Se confirma que tras su paso arrollador por las Noches del Botánico la leyenda de Chris Isaak es aún mayor y que lo ayer vivido en Madrid quedará en los oídos y las retinas del afortunado público asistente -que llenó el precioso recinto- como un recuerdo de esos que se resisten a desaparecer con el implacable paso del tiempo, como en aquellas veces en que Willie de Ville visitó nuestro país. La comparación con el neoyorquino viene a cuento porque si algo resume la puesta en escena desplegada por Chris Isaak y sus secuaces es aquella fórmula de clase y estilo conocida como “savoir faire”.
En efecto, ya desde la vestimenta Chris Isaak se define como un profesional del espectáculo luciendo un fantástico traje azul celeste con adornos en dorado al estilo Nudie Cohn, quien vistiera a Gram Parsons, Johnny Cash o al propio Elvis, para sorprender en el tramo final pasando por vestuario y luciendo otro traje, esta vez negro con láminas de espejos, al estilo Paco Rabanne en cuerpo de Françoise Hardy.
Cuida los detalles, las coreografías imposibles junto a su bajista y su guitarrista, con la incorporación del batería, escoltados por un excepcional pianista, Scott Plunkett, que conseguía sacar del mecanismo prodigiosos sonidos de guagua o de flauta travesera, además de órgano o piano, según el caso. Toca Chris todos los palos de la música norteamericana de raíces, con lucimiento del guitarra Hershel Yatovitz en los solos de blues del Delta; del bajista, otro mito, Rowland Salley, fundador con Ian Tyson del seminal grupo de country rock Great Speckled Bird, en una composición propia para John Prine, “Killing The Blues”, toda una sorpresa; o del batería Kenney Dale Johnson en los temas a ritmo de boogie-boogie o swing. Pero donde más cómodo se muestra la banda en su conjunto es con el rythm´n´blues y el rock´n´roll primigenio, una herencia que es palpable en cada poro de la piel de estos músicos.
El qué y el cómo van de la mano en el mundo del espectáculo, esto lo sabe muy bien Chris Isaak, que cuenta breves anécdotas y chistes con bastante gracia entre canciones. Y ahí llegamos, a las canciones, porque sonaron algunas realmente mágicas, como “Wicked Game” o “Blue Hotel”, dos de los momentos estrella de la noche. Aunque hubo muchos momentos memorables, como cuando convirtió en íntima balada a la luz de la luna “Only The Lonely” de Roy Orbison, de quien es alumno aventajado, o “Pretty Woman”, que la clavaron para regocijo y bailoteo del público. Dieron cuenta de sus pequeños grandes éxitos, de la descarnada “Blue Spanish Sky” a “San Francisco Days”, sin complicarse con rarezas en un repertorio que abarcaba gran parte de su larga carrera, con un tramo de transición tocando todos sentados en formación semi-acústica, y en otros, los más, erguidos y con el mástil en alto.
Capítulo aparte es la voz de Chris Isaak, sus muchos matices, su color de miel y su amplitud de registro, que en un tema propio parecía confundirnos con una original del mismísimo Marvin Gaye, o en el cierre, donde cobraba vida sobre el escenario el estilo inconfundible de Willie Nelson al atacar “The Way Things Really Are”. La alargada sombra del rey del rock, Elvis Presley, acompañó al cantante y guitarrista durante toda la velada, transmutando las noches del Botánico en un Casino de Las Vegas, como un Elvis todavía en forma y plenas facultades al cantar con el corazón en la mano la emocionante “Can´t Help Falling in Love”. Nadie se preocupó por la edad de los músicos.; en este caso y sin que sirva de precedente, la arruga sí es bella, pese a frisar todos los setenta.
Cuenta la leyenda que muchas mañanas se ha visto a Chris Isaak entrar en las frías aguas de la bahía de San Francisco, en la zona norte, donde merodean los tiburones, con su tabla de surf a la búsqueda de las olas más peligrosas. Después de enamorar hasta las trancas al público madrileño, no puede uno más que desearle larga vida al rey, salir tarareando los aires fronterizos de “Two Hearts” y esperar que no tarde tanto en visitarnos para la siguiente.
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