PHOTOS: Víctor Moreno
La velada se presentaba de lo más apetecible para los exigentes paladares abiertos a los sonidos más soul. En cartel, dos conciertos de peso, por lo que el primero, del apenas recién descubierto Jalen Ngonda le robaba minutos a la puesta de sol haciendo que la pista y las gradas estuvieran prácticamente llenas para escuchar a quien tiene visos de convertirse, desde que fue fichado por los chicos de Daptone Records afincados en Brooklyn en una nueva leyenda del nu-soul con tan solo unos singles y un disco largo a sus espaldas. Y es que Ngonda, como reza su último sencillo, “ha llegado para quedarse”.
Nacido en la costa este norteamericana, en concreto en Maryland, Jalen se trasladó de adolescente a estudiar Artes Escénicas a Liverpool, donde ha ido fraguando su carrera. Apadrinado y aplaudido, entre otros, por Elton John, la expectación por tenerlo en frente era máxima. Y ahí que salió la fiera aullando a la luna, en un formato mínimo de batería, bajo y el propio Ngonda como una estrella del blues agazapada detrás de una guitarra eléctrica desde la que comenzó a extraer elegantes punteos que hacían recordar a Robert White, a Johnny Guitar Watson y, por momentos, a Wes Montgomery.
El discurrir de canciones iba embelesando al personal, haciéndolo mecer en un oleaje de soul tan cercano a lo mejor de Motown o Hi Records, ora cerca de Al Green, ora reviviendo, sí, a Marvin Gaye, con el cielo como límite para una voz privilegiada con la que llegar al alma del oyente. Se pasó en un suspiro un concierto de ejecución impecable en el que, asombrados, bailando con cadencia, los asistentes se vieron volando durante una hora al séptimo cielo, donde se funde la carne y el espíritu.
Jalen estuvo muy simpático y humilde hasta que en la parte final atacó parte de su espectacular repertorio a cappella, quitándose el escudo de la guitarra y levantando el furor de gran parte de la pista. Cabe decir que llegó, vio y venció, sin aspavientos este joven artista de 29 años de quien solo cabe esperar una larga y fructífera carrera.
El listón lo había puesto muy alto Ngonda y el bueno de Paolo Nutini, que se había quedado con los ojos haciendo chiribitas sin creer lo que estaba viendo, se fue preparando para su turno con un equipo de sonido y montaje hiperprofesional que le acompaña en la gira. Un vistazo al escenario te hacía perderte en un aparataje técnico con más de una docena las guitarras, teclados, sintetizadores, lo que parecía ser un órgano Hammond, una preciosa batería Gretsch, infinitos pedales y una formación que contaba, además de con el batería, de precisión metronómica, con un bajo, dos guitarras eléctricas principales (uno de ellos también tocaba un precioso saxo), y una artista multitarea que lo mismo añadía percusiones que introducía capas de sonido o cantaba, fantástica.
Paolo Nutini mantuvo todo el concierto un tempo pausado, muy agradable, para deleite de un público entregado desde el principio, conocedor del repertorio y dispuesto a cantar, a bailar y a pasárselo bien. Acompañaba al grupo desde bambalinas un artista multimedia de alta calidad haciendo un montaje con su cámara desde primera línea que proyectaba en las pantallas laterales y detrás de los músicos mediante filtros imágenes cambiantes, coloristas y adorablemente psicodélicas de Paolo y lo que acontecía sobre el escenario, lo que generaba una sublime sinestesia entre lo visual y lo auditivo. Cabe decir que en esto de cuidar la imagen los escoceses siempre han estado a la vanguardia.
Nutini tiene un show estudiado al milímetro y posee esa voz medio aguardentosa que exhala mucho soul y que recuerda en ocasiones a los grandes, como Otis Redding en su color de voz, a veces Sam Cooke, de forma que el enamoramiento al escucharlo es inevitable. Esas “flechas del amor” iban atravesando a los fans, como disparos de Cupido, sobre todo en la parte de llegada a un valle tras unos primeros temas como “Afterneath” o “Lose It” extraídos de su último disco con más capas de electrónica y teclados, que generaron un ambiente envolvente desde el principio.
La magia acompañó al escocés, que se movía de lado a lado del escenario, e incluso realizaba en un momento dado un precioso semiconcierto acústico, solo a tres voces y guitarra. En su repertorio tocó desordenadas casi la totalidad de su último disco Last Night in the Bittersweet e intercalando canciones de sus álbumes anteriores, echándose en falta tal vez algo de presencia del primero. Fueron muy coreadas “Scream”, “Heart Filled Up”, la contundente “Shine a Light”, la emocionante “Acid Eyes” o la nuevaolera “Petrified In Love”, donde Nutini muta hacia algo así como un Elvis Costello.
Lo más destacable del concierto tal vez sea la comunión generada entre artista y público, un fenómeno feromónico de alta intensidad que podía palparse a flor de piel y que llegó al éxtasis en más de un instante, sobre todo en las canciones de su segundo disco, Sunny Side Up, como “Coming Up Easy” o la magnífica “Candy”, siendo el punto álgido de la noche la estratosférica “Radio” en dura pugna con “Everywhere”.
Y, sí, aunque se tomó su tiempo, salieron a hacer un bis con tres canciones, con una escalofriante “Iron Sky” para ponernos a todas los pelos de punta.
Un concierto memorable, que merece el reconocimiento de todo el equipo que hace posible este milagro de calidad que son los conciertos de las Noches del Botánico en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII de Madrid. Ah, y con un sonido magnífico. ¡Bravo!
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