Colin Vearncombe, mundialmente conocido con el nombre artístico de Black, hace unos meses editaba su último trabajo discográfico, Blind Faith, 13 sketches de apenas dos o tres minutos, pinceladas pop que más bien parecen maquetas, bosquejos de algo que podía haber sido más grande.
Este artista, también poeta y pintor además de cantante y compositor, no fue del todo comprendido en las islas británicas. Su gusto por el cabaret, el jazz de ambigú, la melancolía descarnada de gran parte de su producción y ese aire ligeramente decadente, de letanía desolada entre ruinas, casaba mejor con cierta tradición continental, del cabaret de Berlín a los antros parisinos, que es donde cabe encontrar explicación a su éxito arrollador, un estilete que entró para quedarse en el imaginario colectivo de toda una generación. Sin embargo, es digno de ser puesto de relieve el hecho de que, pese a alcanzar el top ten en el corazón de Europa, su canción “Wonderful World” fue número uno exclusivamente en Austria.
Colin Vearncombe, en su refugio irlandés desde hace lustros y tras aquel temprano éxito internacional que llegó hasta Australia, también España, Italia, Francia o Alemania además del Reino Unido, siguió creando, hasta siete discos. Ayer, perdió la vida de la manera más casual y trágica tras pasar semanas en coma debido a un accidente de tráfico: acababa de volver recién aterrizado en Dublín. Coge el coche de vuelta a su casa, en una pequeña población irlandesa. El destino es así de caprichoso.
Deja Black como obra póstuma un disco ligero de equipaje. Pequeños apuntes brillantes que ni siquiera parecen canciones sino pinceladas, movimientos giratorios de brazos al viento, saltos hacia las nubes para que cese de llover, revolcones en la hierba, copas que brindan, silueta de una mujer que fuma, aguardando.
Deja Black en su despedida a los 53 años Blind Faith, una última obra brillante, tristemente póstuma. Solo por ese híbrido entre el cabaret y el tango que es “Womanly Panther”, absolutamente encantadora, “Ashes of Angels” o la contagiosa “Not A Man”, Colin Vearncombe puede mirarnos desde donde quiera que esté con satisfacción y curiosidad.
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