Antes de ayer por la tarde me topé en la acera con un skatalítico. Tardé unos segundos en procesar la información. Vas pensando en lo tuyo, te mira, le miras y entras en el túnel del tiempo. Te paras. Llevaba unas Dc. Martens, los pantalones pesqueros ajustados, el pelo rapado al uno, tirantes blancos, camisa remangada y sujeta con botón. Era un skatalítico, no era un skin head, no cabía duda, aunque haya quien los pueda confundir. Torció calle abajo. Me quedé unos segundos más mirando cómo se alejaba.
Una vez en el ascensor, el túnel del tiempo me lleva hasta Brixton, un barrio al sur de Londres. Estamos en 1983. Pago la libra a la casera por derecho al baño, desciendo las inestables escaleras de la pensión y llego hasta la parada del autobús un caluroso día de primeros del mes de julio. Son las seis y media de la mañana rumbo hacia la Estación Victoria. El autobús está teñido hasta las ruedas del color del betún. Todos pulcros y aseados, hijos de jamaicanos integrados en los trabajos silenciosos y de tránsito de la ciudad. Mucho polo Fred Perry. Ninguna cortesía hacia el blanco. Pura Jamaica en el corazón de la capital londinense. Las tornas han cambiado desde los tiempos de Martin Luther King: quieren dejar claro que ahora son ellos los que ocupan las primeras filas del autobús.
La gran oportunidad para Londres, frente a otras capitales europeas, a nivel musical, fue la liberación más o menos problemática de los hijos de los jamaicanos que invadieron con su música una ciudad perdida bajo el slogan de “No Future”. El ska no redimió de la frustración y la rabia a una generación de jóvenes nacidos con la desregulación laboral, pero les canalizó hacia un horizonte más festivo en las formas, sin dejar de ser reivindicativo en el fondo. Y con la gran ventaja para el planeta Tierra de que el ska, ritmo primigenio anterior al reggae de Bob Marley, al invadir las islas británicas, se iba a proyectar a la velocidad de la luz hacia todos los rincones del orbe.
Hoy día hay millares de grupos de ska en todo el mundo, en Turín, en Sao Paulo, en los Ángeles… Amy Winehouse cantó “Nelson Mandela” vía satélite para millones de espectadores. Sí, la canción de The Specials. Quién se lo iba a decir a ellos, ¿verdad? Que no tenían ni para ir al dentista.
Los muy duchos en cosas relacionadas con Morrissey dicen que el 80% de sus fieles en los conciertos siempre fueron los amantes del ska, aunque oyendo a Johnny Marr a mí esto me parece un misterio. Tan sorprendente como que el propio Morrissey fuera el director de un fanzine “oficial” dedicado exclusivamente a The Cramps.
De cualquier modo, Londres no ha dejado de destilar ska desde que The Specials dieran con la fórmula, una fórmula que se lo debe casi todo a Toots & The Maytals, a Desmond Dekker y al espíritu de Marcus Garvey. El casi está en la convivencia en la periferia londinense, lugar donde poder ensayar, errar y volver a ensayar hasta dar con la fórmula alquímica. El resultado fue “A Message To You Rudy”. Ahí empezó todo.
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