Estaba por ver cómo titulaba esta columna tras pasar todo el día de ayer enganchada a lo qué supuestamente ocurría en Cataluña. No me siento nada original. Puesta a divagar sobre situaciones insostenibles, no sabía si recurrir al «Proceso» de Kafka como Inés Arrimadas, aunque parecía más que Puigdemont se podía convertir por la mañana, después de un sueño poco tranquilo, en la cucaracha de Samsa, en un cuerpo extraño sin capacidad de movimiento por la presión de quién le ascendió a dedo, inmutable a los acontecimientos que suceden a su alrededor. O decantarme porque cada día histórico desde el pasado 6 de septiembre hemos entrado en «Matrix» y no somos conscientes de ello.
Estamos intubados a una máquina que nos chupa energía, haciéndonos creer que lo irreal es la verdad. Cataluña no es Sion, por mucho que hayan querido crear una falsa realidad opresiva para exportar al mundo. El mundo debe saber, decían en su propaganda. Los medios internacionales que siguieran la jornada no darían crédito ante tanto despropósito. Una convocatoria de elecciones autonómicas para el 20 de diciembre que adelantó la Agència Catalana de Notícies que nunca se pronunció; comparecencias anunciadas que se iban atrasando hasta desaparecer; bajas de diputados del PDeCAT proclamadas en twitter, ese lugar que absorbe hasta las 155 monedas de plata de Rufián, que eran de ida y vuelta; manifestaciones de estudiantes que cambiaban de recorrido para exigir la independencia al grito de traidor; Álvaro de Marichalar con su eterna chaqueta verde de cuadros blandiendo un puñado de calçots y un fuet antes de que le detuvieran los Mossos ante el Palau de la Generalitat; un Parlament que abría sus puertas después de ocho semanas para aparentar una normalidad que no existe. La histeria colectiva ha llegado a tal nivel, que la Assemblea Nacional Catalana convocó una acción contra el bus 155 en Moncada. Si no fuera trágico hacía el abismo que nos dirigen, sería para echarse a reír.
«No se dan garantías para convocar elecciones» decía al aire Puigdemont, después de avalar un referéndum sin ellas. Un 1-O que se ha convertido en mandato divino para proclamar una independencia de farol. Un coitus interruptus después del gatillazo de 8 segundos. ¿De verdad esperaba que Rajoy diera un paso antes de su declaración institucional? ¿Después de negarse a ir al Senado? ¿Exigiendo inmunidad judicial y libertad para los Jordis? ¿Quién se puede fiar de alguien que proclama, suspende, convoca y deja Cataluña a un paso de ser intervenida? En la nada le gana el presidente del Gobierno, capaz de llevar los tiempos hasta el límite. Puigdemont tendría que tomar de una vez la pastilla roja que le desconecte de esa República inventada, antes de que a todos se nos atragante esta broma infinita.
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