Antes de llegar la primera patrulla rusa hacia el mediodía del 27 de enero de 1945 al campo de Auschwitz, los alemanes habían evacuado a todos los prisioneros sanos, dejando a los enfermos abandonados a su destino. Uno de ellos era Primo Levi. En el 71 aniversario de la liberación del Lager se reedita en Península su «Trilogía de Auschwitz».
En uno de los relatos que componen la obra, «La tregua», el escritor describe las sensaciones cuando llego la hora de la libertad, en la que muy pocos corrieron al encuentro de sus salvadores: «Nadie ha podido comprender mejor la naturaleza incurable de la ofensa, que se extiende como una epidemia. Es una necedad pensar que la justicia humana puede borrarla».
Levi reflexiona que los más peligrosos no son los monstruos, sino los hombres comunes dispuestos a creer y obedecer sin discutir. Coincide con la opinión de su reverso, el controvertido Louis-Ferdinand Céline, «antisemita por pacifismo», en «Viaje al fin de la noche»: «De los hombres, y de ellos sólo, es de quien hay que tener miedo, siempre».
La mayoría de la sociedad alemana optó por no querer saber lo que estaba ocurriendo. Alegaban ignorancia para no ser cómplices. Otros no pusieron ninguna resistencia contra el plan sistemático de exterminio del pueblo judío, como refleja en la película «El lector» magistralmente Kate Winslet, en el papel de una de las celadoras de la SS encargada de seleccionar a las presas que iban a las cámaras de gas. Nadie lo cuestionaba. Era su trabajo.
En «Sobre la historia natural de la destrucción» W.G. Sebald razona sobre el derecho al silencio. «Es tan inviolable como el de los supervivientes de Hiroshima, de los que Kenzaburo Oé, en sus notas de 1965 sobre esa ciudad, escribe que muchas de ellas, veinte años después de la explosión de la bomba, no podían hablar de lo que ocurrió ese día».
71 años después, no puede haber silencio. Y aunque para Levi la justicia es un bálsamo que nunca cura la herida, debemos seguir meditando sobre aquellos acontecimientos. «Quizás no se pueda comprender todo lo que sucedió, o no se deba comprender, porque comprender casi es justificar. Meditar sobre lo que pasó es deber de todos».
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