La muerte llega sin avisar. Te despiertas y la viñeta que viste la noche anterior en el periódico es la última. Y te quedas helado. Forges parecÃa inmortal, como si todos los dÃas de tu vida fueras a tener ese aguijón crÃtico que te provocaba que sonrieras hasta con los ojos. ¿Dónde se irán Mariano y Concha? ¿Y Borja Mari? ¿O sus dos señoras de pueblo con sus pañoletas bien amarradas manejándose como millennials en la era digital? Nos ha dejado como a sus dos náufragos perdidos en medio del océano.
Su padre solo le pidió que fuera original. «Que se reconozca un dibujo tuyo a quince metros», le dijo. Y lo consiguió. Forges es inigualable. Inconfundible. Creo un universo mostrando la vida cotidiana. El doctor mirándonos con cara de incredulidad mientras el paciente contesta; el funcionario que pregunta: «¿Profesión?» y le responde. «Cuñado. Ce, U, Eñe…»; el juez que quiere saber si quiere añadir algo el acusado que sale por peteneras:«SÃ; que su señorÃa es como el sol de la mañana que entra por mi venta-na»; las conversaciones en la barra de un bar mientras toman café y leen el periódico, antes tan cercanas, cada vez más de otra época; ese matrimonio en el salón de casa o entrando por la puerta… ¿Quién representara a esa mujer inteligente y reposada con un libro en la mano mientras de reojo sigue las ocurrencias de su marido, su inutilidad? Forges fue feminista antes de que se convirtiera en una lucha por la igualdad. Nos transmitió su pasión por la lectura, por las causas perdidas, su denuncia contra las «malditas guerras» y de esa España que sólo se pone de acuerdo en gritar «¡Goool!».
Ternura. IronÃa. Absurdo. La vida misma en una única viñeta. Te enganchaba con sus «Agudeza visual», te conmocionaba con sus «No te olvides», te reÃas con sus «Cosas de agosto», te enternecÃa con sus mÃticas puestas de sol con una sentencia implacable y te recordaba que no mirases para «otro lado». Cualquier dÃa internacional dejaba de ser puro marketing. Reivindicativo, cercano, certero. La crisis a través de su tinta se palpaba. Como otro de sus protagonistas, ese señor gigante que representa al empresario, al polÃtico corrupto, con anteojos negros y leve mostacho, capaz de utilizar a trabajadores diminutos como mondadientes. Hasta consiguió que su mini Aznar fuera entrañable. Forges con pocas palabras te decÃa más que la editorial alojada en la misma página de opinión.
Como funcionan los buenos antÃdotos nos faltará su pequeña dosis diaria. Me recuerda uno de los apuntes que escribÃa Elias Canetti: «Confiaba en vivir mucho tiempo sin que Dios se diera cuenta». Y de repente nos dimos cuenta de que Forges se fue, por mucho que permanezca.
Por siempre Forges.
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