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La ceguera

La ceguera
Marisa Gallero el

 

Antes de abrir los supuestos colegios electorales en Cataluña, ibas viendo distintas escenas nada cotidianas. Colas de ciudadanos en silencio, grupos custodiando las entradas, algunos con las manos alzadas, otros gritando: «¡Votarem!», frente a las imágenes de furgonetas de la policía y antidisturbios desplegados. Todavía no se rozaban. No eran las nueve de la mañana. Sentí una mezcla de impotencia y tristeza. Habíamos perdido todos. Nos había invadido una epidemia de ceguera. Aquello sólo podía empeorar.

«¿Cuántos ciegos serán precisos para hacer una ceguera?» se pregunta José Saramago en su ensayo, que es una novela. El 1-O es lo peor que nos ha podido pasar como país en estos últimos 40 años de democracia. Y repito. Democracia. Que nos gusta retorcer los conceptos hasta dejarlos sin contexto. ¿Esta era la idílica hoja de ruta que el Govern de Cataluña había trazado para legitimar su ansía de independencia? ¿Nadie había medido el impacto de arrebatar las urnas con forcejeo dentro de los colegios? ¿De arrastrar a ciudadanos para que no entren a votar cuando se sabe que es un proceso que no tiene ninguna garantía? Una imagen vale más que mil razones a favor. El Gobierno se puso en manos de la justicia, se ajusto la venda en los ojos y se olvido que cargaba contra la gente con papeletas, cuando los verdaderos culpables daban ruedas de prensas previo pago en un set del mismo empresario que reunió en una cena privada a Pablo Iglesias con Oriol Junqueras.

«¿Por qué no pueden votar?», me preguntaba mi hija de nueve años sin entender nada. Estos últimos años me ha acompañado al colegio electoral cerca de casa. Los argumentos se esfuman ante una realidad con claroscuros. Tendremos la ley, pero también una fractura absoluta. Un duelo a garrotazos, sin reglas ni protocolo, de Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, como otra de las pinturas negras que dibujaría al óleo Francisco de Goya. España se tiñe de negro mirando a Cataluña.

Si el referéndum era ilegal, con leyes aprobadas con «fórceps», ¿necesitaba el Estado imponerse por la fuerza? ¿No había otros mecanismos como el artículo 155? Si desde la Generalitat vendían el «procès» como el derecho a decidir, ¿por qué anunciaba Puigdemont sin ningún dato que va a proclamar la República? Porque todo era una farsa que han cumplido sin escrúpulos. «Si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias» razonaba Saramago, quizá no estaríamos tan ciegos. «Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven».

 

 

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