Cuando Emmanuelle Macron pronunció su discurso en Bastia, en el corazón de Córcega, sobre las reivindicaciones de los nacionalistas corsos dijo sin matices: «En la República, y aun antes de la República hay una lengua oficial y es el francés», como recoge su artÃculo 2 de la Constitución. Sin medias tintas. El idioma en su trono. Mientras nuestro Gobierno sigue estudiando «cómo hacer» para garantizar el castellano como vehicular en la escuela catalana, a pesar de tener recogido el mismo derecho a usarla, el deber de conocerla y estar establecido por la Lomce su uso en una «proporción razonable».
Sólo hay un colegio público que haya cumplido ese mÃnimo. Una gran proporcionalidad. Pero como estamos en tiempos del 155, porque hubo una vez una República catalana que duró 15 segundos, de nuevo es el Estado quien parece que ha entrado como un elefante en las aulas imponiendo el idioma. Querer que se cumpla la ley no significa cambiar la polÃtica lingüÃstica en las escuelas catalanas. Los padres que quieran que sus hijos reciban un 25% de clases en español en Cataluña van a tener que pedir perdón. Un sinsentido más.
Los que son tan sensibles como Antonio Baños, diputado de la CUP, acusan de banalizar un tema que «significa dolor y humillación para muchos» y no tiene otra que ridiculizar el acento andaluz para reivindicarse. Otro que no ve la viga en su propio ojo. El andaluz será un dialecto, pero por su fuerza tiene carácter propio. Ya lo dice mi hija, que adora los idiomas y se apuntó a chino con ocho años porque dice que lo va a hablar todo el mundo, como el español que es la segunda lengua más hablada del planeta, y parece que algunos todavÃa no se enteran: «Tu idioma andaluz todavÃa lo estoy aprendiendo». Eso serÃa lo suyo. No limitar el idioma sino expandirlo.
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