En los primeros años del siglo XXI, cuando la Iglesia Católica vivía como un fuerte de convicciones morales asediado por relativismos y modernidades, alguien, dentro de la parte que entonces parecía más conservadora, acuñó con cierta fortuna la teoría del club. La Iglesia, decían, era un club con una serie de reglas y para entrar o quedarse había que respetarlas. Eso debía valer para defender el dogma de la Inmaculada Concepción, la indisolubilidad del matrimonio canónico y la prohibición de los métodos anticonceptivos. Si alguien no estaba de acuerdo con las dos últimas, el camino era dejarlo ir. «Esto es la Iglesia, y el que no quiera estar, que se vaya», dijo en 1999 el entonces obispo, Javier Martínez, cuando revisó la doctrina del Buen Pastor en una reunión con las cofradías que no aceptaron el baculazo en la Agrupación.
Aquella teoría del club la tomaron por las hojas los integristas del laicismo para pedir apostasías y a la vez solicitar que la misma Iglesia a la que no querían pertenecer abriese un poco la mano en la moral sexual y en las banderas arcoiris. Luego el mundo cambio, la Iglesia en Alemania empezó a perder el oremus y de no aceptar el preservativo se paró a ciertas cosas que chirriaban mucho más, pero esa es otra historia.
A la teoría del club se han acogido por segunda vez en un año las cofradías de Córdoba cuando han rechazado que dos de ellas, que deberían ser iguales en derechos y deberes, ingresen en la Agrupación de Hermandades, nacida para fines distintos de ser una sociedad cerrada. Si algo sobró en la Iglesia de todos los tiempos son explicaciones. Una carta encíclica, la Humanae Vitae, explicaba por qué las relaciones sexuales no debían cerrarse a la vida, y uno podía estar de acuerdo o no, pero al menos se decían las razones que la Iglesia encontraba en su fe para decirlo. Y hasta para invitar a los demás a seguir ese camino que se entendía como luminoso.
La exclusión, otra vez, de la Quinta Angustia y de los Dolores de Alcolea, se ha hecho por la vía de decirlo a la cara de una urna cerrada, mirando a los ojos de las baldosas del suelo y con la explicación de las madres castradoras: «Que no y es que no porque lo digo yo». Dos corporaciones con vida de hermandad del todo equiparable a las demás, y una de ellas con más de cuarenta años de historia, se encuentran excluidas por sus pares sin merecer ni siquiera un motivo. No leyeron aquello de la corrección fraterna que enseñaba Aquel mismo que sale en los pasos de misterio, y que invitaba a pedir al hermano que rectificara para acogerlo. «Y si te oye, has ganado a tu hermano». Aquí el hermano está condenado sin causa ni posibilidad de redención.
Del bucle se puede salir con los próximos estatutos, que prevén la sensatez de que una cofradía erigida en Córdoba entre en la Agrupación sólo con sus papeles en regla y a la vez de que una vez dentro haya que cumplir ciertas cosas para llegar a la carrera oficial. Justo al revés que ahora, si es que no hay alegaciones también para impedirlo. Antes de que alguien se quite la zapatilla y cambie el «no» cerrado por el «sí» de par en par conviene dejar las lecturas mundanas de la biblioteca del viejo casino provinciano y volver al Evangelio: «Nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros».
Liturgia de los días