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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Bodas de oro gastado

Quienes han visto evolucionar a Córdoba y a sus cofradías temen menos una nueva extraordinaria que la sensación de que lo que la motiva ha perdido frescura

Bodas de oro gastado
La Virgen de los Dolores, en la procesión extraordinaria de 2019. FOTO: VALERIO MERINO
Luis Miranda el

Los aniversarios y efemérides no son otra cosa que la celebración de algo tan inevitable como el paso del tiempo. Transcurren los minutos uno detrás de otro y aquello que sucedió, tenga o no tenga repercusiones en el presente o en el futuro, va quedando como un recuerdo bueno o malo, como el acto fundacional de un tiempo feliz o nefasto, porque el porvenir no puede verlo nadie. Unas bodas de oro pueden servir para dar gracias por los frutos que dio el enlace o pueden pasar como una fecha de rutina, porque aquello perdió su ilusión y sus sonrisas iniciales y al cabo del tiempo no es necesario recordar tanta felicidad que se prometía antes de convertirse en rutina, dejadez y falta de interés. Algo así como aquel chiste de la mujer que llegaba a casa y decía que para el aniversario iba a matar un pollo. El perpetuo levanta entonces la vista del periódico y contesta con sorna y desgana: «Mujer, ¿y qué culpa tiene el pollo? Mata a tu primo, que fue el que nos presentó».
Las cofradías aprendieron en cierto momento a hacer del paso del tiempo un acontecimiento y por cada cifra redonda, a veces sin esperar a que sea múltiplo de 25, gustan de vestirse de una excepción bastante común: hacen años jubilares como todas, encargan carteles pictóricos a los mismos que todas, y que hacen casi lo mismo que hacen para todos, y proponen procesiones extraordinarias con las mismas bandas a las que busca todo el mundo en Andalucía. Acercarse a una cifra redonda es para muchos cofrades de los buenos una ocasión para echarse a temblar y para muy pocos de todas partes un momento para ser original y proponer alguna cosa distinta.
Ahora se avecinan unas bodas de oro de algo que, en puridad, no sólo no parece recordar casi nadie, sino que también viene amenazado por una cierta caducidad, o por lo menos por la necesidad de una cierta renovación. Quienes han visto evolucionar a Córdoba y a sus cofradías temen menos una nueva extraordinaria que la sensación de que lo que la motiva ha perdido frescura, porque la ciudad y su forma de rezar, si es que reza, ha cambiado tanto, que aquello que se celebra estaría prescrito.
Por decirlo de otra forma, es como si un matrimonio que apenas se habla, no sale a cenar ni tiene planes en común se regalase un crucero de lujo por unas bodas de oro y se preguntara allí por la salud, por los hijos de ambos o por los amigos del otro que ni siquiera conocen. Sería la hora de reconstruir, de regresar a aquella esencia, a la estampa inmutable y a ese rincón que tiene un día al año con su nombre, pero por unos cimientos que no pasan por una ocasión extraordinaria. Si es oro, tiene que recuperar el brillo. No habrá calles llenas, celebración de la eterna devoción ni fotografías compasivas capaces de penetrar en lo íntimo del corazón de quien sabe que allí se pueden celebrar más recuerdos de pasados brillantes que presentes con desconchones.

Liturgia de los días

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