De las muchas reflexiones que me ha dejado el libro que he terminado de leer quiero ofrecer una: «La misericordia de Dios es nuestra esperanza; una misericordia que cobija con la suavidad de un perdón que consiste en que Dios no se acuerde de nuestro pecado y que atienda el cansancio en el alma de sus hijos». En tiempos en que hasta las advocaciones de los titulares han perdido su honda significación por el manoseo de tanta retórica, he encontrado que Misericordia y Esperanza, ahora con mayúsucula, significan y trascienden, y todavía más: son el tutor que hace crecer a la espiritualidad.
Así está en el libro Aguaceros de luz. Meditaciones junto a la cruz, que ha escrito Marco Antonio Coronel Ramos hilando las dos advocaciones de su vida: la Esperanza Macarena y el Cristo de la Misericordia que se venera en el convento sevillano de Santa Isabel, obra del cordobés Juan de Mesa. Marco Antonio Coronel es un profesor valenciano que ha vivido en Sevilla y ha hecho un libro que es una meditación fecunda, en que la luz del título fluye con la naturalidad de quien conoce muy a fondo las Sagradas Escrituras y sabe ir a los versículos exactos que hablan de la oración, de la confianza y del encuentro.
Comprar el libro en Amazon supone una doble ayuda. Primero, para las religiosas filipenses del convento de Santa Isabel, al que ha cedido todos los derechos para que siguen con su obra de ayuda a personas en riesgo de exclusión. «El libro tiene sentido puesto a los pies del Cristo de la Misericordia», dice. Y también para el cofrade del siglo XXI que lo lea y que medite con él, que vaya de la Misericordia a la Esperanza, los dos raíles de la fe, para su autor.
Se pueden aprovechar de él muchas cosas: el manual de oración, las reflexiones sobre la misericordia y el vía crucis a los pies de una imagen de Cristo que, como se pidió a Juan de Mesa, mira y dialoga a quien está a sus plantas. También las reflexiones finales sobre las cofradías, en las que ha podido ver ciertas señales de que prime la afición, pero también un buen camino a la fe. Con advertencias: «Sin amor y perdón, nuestros desfiles serán vistosos, nuestras tradiciones seguirán identificando nuestros barrios, nuestras flores irán perfectamente colocadas, pero estaremos dejando pasar de largo el misterio más hermoso de nuestra fe y, con ello, estaremos impidiendo que el amor de Dios habite en nuestros corazones, que el Espíritu transforme nuestras vidas y, desde luego, que nuestras instituciones merezcan el nombre de cristianas», dice. En tiempos en que se habla de las cofradías en abstracto o bien se anestesia el nombre de sus titulares de tanto manosearlo, consuela saber que todavía hay quien es capaz de crecer y hacer crecer con ellas.
Liturgia de los días