La Semana Santa de hoy lo pone fácil para tomar decisiones. Si en otro tiempo las cofradías tuvieron personalidad, se permitieron avanzar y fueron valientes para ser distintas, hoy tienen estándares hasta para escribir el título. Eso reduce las posibilidades de equivocarse y de tener ideas geniales que terminan en esperpento, y la historia está llena de proyectos que tuvieron que enderezarse a los pocos años. También castra; elimina la posibilidad de cualquier sorpresa, borra los caminos nuevos y las minas de diamantes se quedan tapadas sin que nadie se aventure a sacar belleza de ellas. Para quien no tenga demasiado conocimiento de lo que hace, los estándares son cómodos y tienen, como todo en las cofradías, palabras para encubrirlo: lo clásico, lo de siempre, lo que no falla. El que se pregunta por qué se hacen las cosas y sabe que lo estándar no estaba ya al principio de la creación aprovechará algo de allí y buscará después su propio camino. Los primeros obedecen, los segundos crean.
El que obedece tiene la compaña de la mayoría, de quienes dicen que está bien porque así se hace en todas partes; el que crea no sólo tiene que pensar, buscar y atreverse, sino soportar que no le comprendan y que se burlen de él. Tendrá después la gloria, quizá, de los que son también inteligentes, pero no la fama fútil de los coleccionistas de vídeos. El obediente no aportará más que un número en una lista homogénea; el creador, si resiste, aportará una riqueza que irá mucho más allá de su propia hermandad. Lo que se copia se asume como natural, aunque no tenga vuelo. Lo que es personal se recibe con gestos de extrañeza y muecas reflexivas, y al cabo del tiempo se digiere y se comprende, y cuando pasan unos años se encuentra alguien notando que para hablar de la Semana Santa de Córdoba no se puede evitar la personalidad de Ánimas, ni la simbología del Santo Sepulcro ni el estilo único e insobornable de la Misericordia. Sus obras no fueron sólo para sus cofradías, sino para que las disfrutaran todos, porque una hermandad sale a la calle para eso.
No lo notó mucha gente, porque los caminos más personales son siempre solitarios, pero hasta hace muy poco Córdoba disfrutaba cada Viernes Santo de una obra única que no se había copiado de ningún lugar. Sucedió cuando la agrupación musical de la Redención, la que siempre se llamó en Córdoba banda de la Estrella, se dio la vuelta a sí misma para aquel día y mostró que sus trombones podían pasar al primer plano y entonar un lamento; que sus trompetas podían ser tan fúnebres como el mejor clarinete, y que sus platos sabían mandar al silencio e invitar a escuchar la armonía grave de una marcha fúnebre. Pasaba detrás del Cristo de la Clemencia, siempre a la sombra de su Madre, la Virgen de los Dolores, y para quienes aman lo que significa una cofradía en la calle era una caricia de buen gusto, un oasis de creatividad y de dignidad ante las modas sobrevenidas, la certeza de que incluso en tiempos en que el estándar dicta cómo ha de ser todo, hay almas intrépidas que se rebelan.
De todas las artes de la Semana Santa la música es la peor tratada, muchas veces por los mismos que la hacen sonar, y que renunciaron a educar mejor al público para darle lo que quiere, o lo que le inducen a pensar que quiere a fuerza de no ofrecerle otra cosa. Pero los que sí se dieron cuenta, o los que siguieron la recomendación no podrán olvidar aquella selección de marchas conmovedoras como Siete Dolores, estremecedoras como Desconsuelo, hondas como Clemencia, Señor. No se quitarán de la cabeza aquel atardecer por San Zoilo mientras sonaba Junto a Ti como un paisaje sonoro que le hacía de contrapunto al sol declinante, ni la madrugada larga en que tocaban Padre mientras las dos siluetas de Crucificados entre faroles se cruzaban.
¿Cómo olvidar aquella contemplación solemne de La Amargura, el misticismo lírico y elegante, tan de cofrade de verdad, de Me siento Afligido, cómo olvidar que detrás de un paso sonaba Haendel, que había otra marcha titulada Al Cristo de los Faroles que tenía algo de Bach en el canto de los trombones y las trompetas?
El que vive sabe que el pasar de los años trae muchas más renuncias que placeres, que debe cuidar la memoria mientras puede para sobreponerse al gris plomizo de lo uniforme. Los que pensaban que el Cristo de la Clemencia era el Crucificado con la música más hermosa de Andalucía sabían que podía pasar alguna vez esto: que ese tesoro que tantos admiraban en silencio, quizá para disfrutar mejor de lo que es grande, se ha perdido. Después de doce Viernes Santos parece que han sido incapaces de escuchar nada, y si han escuchado ha sido con la pereza del que prefiere lo conocido y trillado a lo de verdad valioso. Todo allí donde se hizo el manto de las Palomas, donde se conservó el rostrillo con joyas, donde hasta la postura de las manos de la Virgen tiene un ángulo concreto. Para muchos es una pequeña tragedia mayor que aquella decisión desgraciada de hace cuatro años, porque se sabe que será muy difícil de recuperar. Como un adolescente incapaz de escuchar más canciones que las que suenan en la radiofórmula por ser las que le suenan, han desperdiciado aquello que les hacía únicos para probablemente abrazar eso mismo que se hace en todas partes. La Semana Santa de hoy lo pone fácil y el precio para salir del desconocimiento feliz es la incómoda valentía. ¿Cómo van a estar equivocados tantos cientos de cofradías en todas partes y cómo van a llevar la razón quienes están solos?
Liturgia de los días