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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Cofradas

Nadie veía en ellas más que almas bajo una túnica y una capa y sólo al volver de la Catedral se supo quiénes estaban en el mejor sitio

Cofradas
Hermanas de la Estrella en el regreso desde la Catedral el Domingo de Resurrección. FOTO: RAFAEL CARMONA
Luis Miranda el

«Y si levantásemos los cubrerrostros, veríamos que la mayoría de nazarenos son mujeres». La frase se ha dicho más de una vez y no siempre con admiración, como si las que visten la túnica fuesen hermanas de segunda clase, relleno al que hay que recurrir cuando los varones, que en otro tiempo fueron cientos y además se lo tomaban en serio, han cambiado el hábito por otras cosas. Como si la túnica y el capirote, que igualan en la hermandad y en el anonimato, tuviesen sentido distinto según el sexo de quien se lo pone.

En la tarde del Domingo de Resurrección, cuando muchos apuraban con deleite el último e imprevisto sorbo de la Semana Santa de Córdoba, desaparecieron los capirotes y, como muchos pensaban, tal vez de verlas en sus cofradías, aparecieron cofradas. Mujeres en una proporción que estaría entre un 60 y un 75 por ciento. Con ropa oscura y sin mantillas, con la medalla del cordón rojo y el cirio en la mano, acompañando al Señor de la Redención y a la Virgen de la Estrella de vuelta a su iglesia, como lo hicieron el Lunes Santo debajo del cubrerrostro azul.

En un tiempo en que parece, como de los españoles dijo alguien, que son nazarenos los que no pueden ser otra cosa, las cofradas que acompañaron a los últimos pasos de esta Semana Santa pletórica no querían más que cumplir con el deber de ir con sus titulares, pero en su camino y sin pretenderlo dieron ejemplo.

Hermanos de la Estrella en el Patio de los Naranjos. FOTO: RAFAEL CARMONA

Tal vez con un poco de unión y de tocar a las puertas adecuadas unas cuantas de ellas hubieran podido imitar a sus hermanos y haber reclamado para sí el espacio de las trabajaderas que en este tiempo nadie les habría negado. Ahora chillarían como arrieras desde la trasera, invadirían las filas donde apenas quedarían nazarenos y les lloverían los reportajes y los ripios. Siguieron en cambio en su lugar sin que nadie viese en ellas más que almas bajo una túnica y una capa y sólo en la ocasión en que hubo que volver de la Catedral se vio que ellas estaban de verdad en el mejor sitio. No quisieron saber nada de peinas, medias tejas, tacones y rosarios en la mano como si no pudiesen vestir el mismo hábito que los demás.

No quiera el Señor de la Redención que nadie plantee cuotas ni paridades, pero al mirarlas vertiendo cera desde la fila uno piensa en cómo serían las hermandades si estas cofradas, que seguramente no entenderán de palos, picos y relevos abusivos estuvieran al frente sin sentir la tentacion de un martillo. Qué Semana Santa habría si estas hermanas tuviesen mando y se preocupasen, nazarenas como son, por aquellos que parecen estar sólo para pagar papeletas de sitio y separar los pasos para que las bandas no se confundan.

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