He aquí un artículo bastante inútil. Quizá sirva para que alguien se muestre de acuerdo en las redes sociales y habrá alguno que después de sopesarlo me dé la razón. Pero quienes han provocado con su comportamiento que escriba sobre ello serán incapaces de comprender los argumentos, esbozarán un gesto irónico y jamás me darán la razón. A la siguiente ocasión se comportarán de la misma forma. Es parecido a golpearse con una pared.
Es un artículo bastante inútil, pero no del todo. Al menos habrá que decir las cosas. Desde hace tiempo se ha hecho tradición que las asambleas de la Agrupación de Cofradías sean a puerta cerrada y a teléfono abierto, secretas pero en el streaming particular de quienes no tienen problemas en contar a los medios de comunicación, y con ellos a sus hermanos, a los hermanos de otras cofradías y a la sociedad entera, lo que no hay ninguna razón para ocultar.
En un mundo tan pequeño y a veces corto de luces como es el de las cofradías, casi siempre bastante endogámico, el problema es que no se comprende del todo ni la labor propia ni la de quienes tienen que contarlo. Piensan que los profesionales que lo escriben quieren conocerlo por curiosidad de cofrades, cuando lo sean, y por eso entienden la información como un privilegio que ellos tienen en la mano y que no piensan compartir con nadie hasta que llegue el momento. Piden informar primero a sus hermanos y a su Junta y ven a los medios de comunicación como enemigos, cuando son quienes lo contarán primero, más rápido, a más gente y puede que mejor, con la información que se les suministre.
¿Quién lee el BOE para saber que se ha elegido nuevo presidente del Gobierno si están la televisión y los periódicos para relatarlo? ¿Habrá que abrir el Congreso de los Diputados a todos los ciudadanos interesados en saber de los asuntos públicos o bastará con retransmitirlo y que se siga en directo? La escena de hermanos mayores pasando por los teléfonos las decisiones quizá no sea sana, pero también se vio la de los candidatos a los que chivaban el resultado de las votaciones y nadie parece estar arrepentido. Los compañeros periodistas se extrañan de que las asambleas no se den en streaming, que sería lo más fácil, y Antonio Varo cuenta que él mismo, Jesús Cabrera y Paco Pérez se sentaban sin problemas al final y escuchaban lo que se decía. Alguno en eso tiene amnesia selectiva. No se trata sólo de atender, sino de utilizarlo en beneficio de los proyectos propios. Quizá el pinchazo del reglamento se pudo haber arreglado con debate en vez de con unos folios que nadie podía leer en Cuaresma, y ojalá que a la vuelta de un mes no haya que invocar otro caso de apagón informativo.
Los sujetos del derecho a la información no son los periodistas que trabajan, y a quienes a lo mejor importan un pimiento los Presupuestos Generales del Estado o la imagen que presida el Vía Crucis, sino los ciudadanos, o los hermanos, que quieren saber qué posición adopta su hermandad y qué vota en las decisiones importantes. Pueden convertir las asambleas en internados estrictos con inhibidores de frecuencia si les place, pero si no les gusta la opción de que las cosas se vean tal y como son y la gente decida qué le parece bien, piensen que el chisme sin contrastar, el «me han dicho» interesado y el comentario siempre van a ser mucho peores. Especialmente para ellos.