NB: Este artículo es una versión distinta, con un título diferente, de la que fue publicada anteriormente en El Economista.
Hillary Clinton agitó durante la campaña electoral de 2016 para la presidencia de Estados Unidos (EE. UU.) una teoría conspirativa, según la cual existía una alianza secreta entre el candidato republicano, Donald J. Trump (DJT), y Rusia.
La prensa tradicional estadounidense fue cómplice de dicha propagación.
Por ejemplo, Paul Krugman, en The New York Times, calificó a Trump de “candidato siberiano” y Jeffrey Goldberg, director de The Atlantic, definió a Trump como “agente de facto” de Putin.
51 exdirigentes de los servicios de inteligencia estadounidenses publicaron, cuatro años más tarde, en The New York Times, una carta en la que alertaban contra una supuesta “interferencia rusa“.
El escrito afirmaba que el contenido del ordenador portátil de Hunter Biden, hijo de Joe, publicado por el New York Post “tiene todas las características clásicas de una operación de información rusa” y que “Moscú [hará] todo lo posible para ayudar a Trump a ganar y/o debilitar a Biden en caso de que gane“.
El objetivo de aquella epístola era, en realidad, impedir que DJT renovara su mandato en las elecciones presidenciales de 2020.
Todas esas alegaciones de Clinton, en 2016, y de los dirigentes de la Inteligencia estadounidense y del propio Biden, en 2020, que recibieron el remoquete de Russiagate, eran falsas.
Las elecciones presidenciales de 2024 se decidirán en tres estados -Michigan, Pensilvania y Wisconsin- y, de acuerdo con las encuestas, DJT las ganará, siempre y cuando, al contrario de lo que ocurrió en las de 2020, las del próximo noviembre sean libres y justas.
Quedan por resolver dos asuntos centrales a las elecciones de 2024.
En primer lugar, no se sabe si Biden será el candidato demócrata, debido a su incapacidad cognitiva manifiesta, o si, por el contrario, será reemplazado durante la convención de este partido, a celebrar en agosto, por Hillary Clinton o por Michelle Obama.
Por otra parte, EE. UU. espera con aprensión a conocer si la sorpresa de octubre –October Surprise, en la jerga electoral estadounidense- la dará alguna de las agencias de las tres letras estadounidenses, cuando sea evidente el fracaso de la estrategia judicial demócrata de impedir que DJT sea el candidato republicano.
La victoria de DJT que se anticipa vendrá acompañada o bien por un control completo del Congreso y del Senado por parte de los republicanos o bien por un control de los demócratas de una o de dos de las cámaras, sin que éste hecho vaya a tener más que un efecto marginal de control sobre el nuevo gobierno.
DJT sacudirá la política estadounidense.
Aquellas instituciones y personas que participaron en la manipulación de las elecciones de 2020 y en la presentación de los casos legales contra DJT sufrirán de la quema del pantano hasta sus profundidades por parte de un gobierno que llegará aprendido de la experiencia anterior para ejercer su poder de forma eficiente.
Las consecuencias de la victoria de DJT para el mundo serán notables.
EE. UU. estará menos comprometido en apoyar alianzas y organizaciones internacionales tradicionales, será más transaccional, y tendrá menos interés en Ucrania, por lo que buscará el reencuentro con Rusia, y en Taiwán, por lo que buscará el acuerdo geopolítico con China, aunque seguirá compitiendo con ella en lo económico.
¿Tiene Rusia un candidato favorito para las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024?
Hace mucho tiempo que en Moscú no se le daba tan poca importancia al resultado de unas elecciones presidenciales en EE. UU.
Rusia es consciente de que las posibilidades para que se pueda reconstruir una relación constructiva con EE. UU. son mínimas, a la vista de lo ocurrido desde febrero de 2022.
Rusia tiene interiorizado que el primer y único asunto de su preocupación en la agenda bilateral con EE. UU. es prevenir que Occidente extienda el conflicto bélico en Ucrania a toda Europa.
De acuerdo con la doctrina de seguridad nacional rusa, si eso ocurriera, se desencadenaría una guerra global que sólo podría ser nuclear.
Vladimir Putin afirmó a finales de febrero que “nuestro candidato favorito es Biden”.
Se desconoce si esa declaración fue un comentario sarcástico, fue la manifestación del deseo del liderazgo de Rusia de evitar sorpresas y de continuar con lo malo conocido o, en cambio, es reflejo del interés ruso en que la debilidad de EE. UU. se prolongue.
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