El Grupo de los 20 (G20) es una plataforma multilateral estratégica que conecta a las principales economías desarrolladas y emergentes del mundo.
Los miembros del G20 son Alemania, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos (EE. UU.), Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica, Turquía y la Unión Europea (UE).
Asimismo, España es un invitado permanente de las reuniones del G20.
La misión del G20 es desempeñar un papel estratégico a la hora de garantizar el crecimiento económico y la prosperidad mundiales, dada la responsabilidad que sus miembros asumen al representar más del 80% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial, el 75% del comercio internacional y el 60% de la población mundial.
El G20, que comenzó, en 1999, como una reunión de ministros de Economía y de gobernadores de bancos centrales, ha evolucionado hasta convertirse, a partir de 2008, en una cumbre anual en la que participan los ministros de Asuntos Exteriores y los jefes de Estado y de gobierno de sus países miembros.
La próxima cumbre del G20 se celebrará, el 15 y el 16 de noviembre de 2022, en Bali, Indonesia, dado que este país desempeña, para esta reunión, la presidencia rotatoria de la misma.
A nadie se le escapa que esta cumbre del G20 y sus trabajos preparatorios, que se encuentran en pleno desarrollo, se celebran en un contexto mundial politizado en extremo, tras el inicio, en febrero de 2022, del enfrentamiento entre EE. UU., la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la UE, a través de su apoderado –proxy, en inglés-, Ucrania, y la Federación Rusa, en el este de Europa.
Así, en marzo y en abril de 2022, EE. UU. y el resto de los países del Grupo de los 7 (G7) -que, obviamente, forman parte del G20, es decir, Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y Reino Unido- no sólo desarrollaron una campaña de presión hacia la presidencia indonesia, a través de la cual le reclamaron que la Federación Rusa fuera excluida de la reunión del G20 de este año, sino que, además, iniciaron un movimiento para promover el boicot a la propia cumbre, en el caso de que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, decidiera asistir a la misma, como harán el resto de los jefes de Estado y de gobierno de los otros 19 miembros del G20.
EE. UU. y Occidente fracasaron en la primera de estas iniciativas y ya han abandonado la segunda.
Los intentos de exclusión de Rusia del G20 no son originales.
De hecho, en 2014, la presidencia australiana del G20, que siguió a la rusa del año anterior, trató, sin éxito, de apartar a la Federación Rusa de sus reuniones.
No obstante, en marzo de ese año, como consecuencia de los acontecimientos que siguieron al golpe de Estado en Kiev -referéndum de adhesión de Crimea a Rusia y enfrentamiento civil en Ucrania, en la región del Donbas-, el G7 original suspendió indefinidamente la pertenencia de Rusia al Grupo de los 8 (G8), con lo que disolvió, de hecho, dicho G8.
A pesar de toda esta presión, el aislamiento de Rusia del G20 no funcionó en el pasado y no parece estar funcionando en el presente.
La realidad es, más bien, la contraria, ya que tres países miembros del G20 -Arabia Saudí, Argentina y México-, además de Egipto e Irán, han solicitado ingresar en el grupo de los países BRICS -acrónimo formado con las iniciales de sus cinco miembros, es decir, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica-.
Sin embargo, a la vista de lo anterior, ha sido abandonada cualquier expectativa de que la cumbre del G20 en Bali pudiera ser la única plataforma internacional hoy existente para que Occidente pudiera mantener abierto el diálogo con Rusia.
De hecho, la reunión preparatoria de la cumbre a la que asistieron los ministros de Asuntos Exteriores de los países miembros del G20, el 7 y el 8 de julio de 2022, en Bali, tuvo momentos que produjeron vergüenza ajena.
Por ejemplo, los ministros de todos los países del G7 se negaron a estrechar la mano del ministro de la Federación Rusa, Sergey Lavrov, o a hacerse la foto de grupo con la presencia de éste en ella y, durante el curso de la reunión formal, utilizaron un lenguaje muy poco diplomático para referirse a Rusia, lo que provocó el abandono de Lavrov de la sala dónde se estaba celebrando la sesión.
Uno sólo puede imaginar el bochorno que debió producir entre todos los asistentes un comportamiento tan descortés de todos esos países hacia la nación anfitriona, Indonesia, hacia el grupo de países miembros del G20 y hacia aquellos mismos que lo protagonizaron.
Calificar de inusual a esa reunión de los ministros de Asuntos Exteriores es sólo una descripción de lo sucedido.
Dado este estado de cosas, el lema del G20 de 2022, “Recover together, recover stronger” -“Recuperarse juntos, recuperarse más fuertes”, en español-, resuena, por tanto, a medio camino entre lo irónico y lo trágico.
Con todo y con ello, debe reconocérsele, sin duda, hasta el momento presente, al presidente de Indonesia, Joko Widodo, su determinación y su habilidad diplomática para hacer valer el mantenimiento de la reunión del G20, con la activa participación de todos sus miembros, dada la importancia, que el presidente Widodo le atribuye, en su contribución a estabilizar el orden internacional en un momento de grandes dificultades.
La reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de julio no fue, por tanto, fútil porque su celebración, en sí misma, ya fue suficientemente importante.
Debe reconocerse, también, porque es de justicia, que el hecho de que ese encuentro terminara sin un comunicado conjunto, a pesar de lo que han dicho algunos analistas, no fue una anomalía más de esa conferencia porque las reuniones de los ministros de Asuntos Exteriores, previas a la cumbre, nunca han emitido comunicado alguno, con la excepción de la de 2021.
La agenda propuesta por la presidencia indonesia sobre los asuntos centrales de esta cumbre la componen tres, a saber, el fortalecimiento de la arquitectura sanitaria mundial, la transición energética, que concita grandes diferencias entre los países miembros del G20, y el proceso de transformación digital.
A fecha de hoy, es posible anticipar los resultados de la cumbre de jefes de Estado y presidentes de gobiernos de noviembre de 2022.
El G20 tratará de reforzar la sostenibilidad financiera y el desarrollo económico, en un mundo que se encamina a una crisis de consecuencias imprevisibles, dará su apoyo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y al proceso de vacunación universal contra el COVID19, creará un mecanismo nuevo de financiación para la prevención de futuras pandemias y para mejorar la gestión del sistema sanitario mundial, hará una declaración formal, aunque de boquilla, sin grandes compromisos, en favor de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) y de la agenda 2030, publicará un documento en favor de nuevas reformas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), y hará declaraciones vistosas sobre la economía digital, especialmente, sobre la inteligencia artificial (IA), pero sin avances significativos concretos, dado que no corren tiempos propicios para la cooperación internacional.
Queda pendiente por resolver cómo se abordará, de forma práctica y específica, el Acuerdo de París sobre el cambio climático y la organización de las tareas de sus correspondientes grupos de trabajo.
Asimismo, la cumbre de los jefes de Estado y de gobiernos del G20 debería ser capaz de dar o, por lo menos, anticipar una solución a la crisis alimentaria tan grave que se anticipa en el mundo.
Lo central, sin embargo, será dilucidar, antes de noviembre de 2022, si las partes serán capaces de reconstruir un diálogo necesario dado el estado de la crisis global en desarrollo.
La reunión previa, en abril de 2022, de los ministros de Economía y de los gobernadores de los bancos centrales de los países del G20 -en la que se produjo el abandono de la sala de los representantes de Canadá, de EE. UU. y del Reino Unido, al comenzar su discurso el delegado ruso, Anton Siluanov, ministro de Economía de la Federación Rusa- no es una buena base para reconstruir ese diálogo perdido.
La descripción de lo sucedido durante la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de julio, a pesar de las mejores intenciones iniciales, muestra cómo el juego de las acusaciones, que se inició nada más comenzar el debate sobre la agenda de la cumbre de noviembre, está muy enquistado entre algunos miembros del G20.
Las reuniones previas de abril y de julio han sido presagios muy negros sobre cuál puede ser el resultado de la cumbre de noviembre.
La única señal de esperanza la transmiten los miembros de los grupos de trabajo previos a la cumbre y la interlocución establecida entre los sherpas -así se conocen, en el lenguaje diplomático, a los representantes personales de los jefes de Estado o de gobierno, que preparan una cumbre internacional- de todos los países del G20, que coinciden en afirmar que “aunque el diálogo no es fácil, por lo menos, está funcionando” y los preparativos de la cumbre continúan de forma constructiva.
El hecho de que las presidencias del G20 posteriores a la de Indonesia sean, por este orden, las de India y de Brasil también podría contribuir a manejar -como poco, si no, idealmente, a rebajar- la tensión en el futuro.
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