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EE. UU., elecciones 2022 y Ucrania

EE. UU., elecciones 2022 y Ucrania
Marjorie Taylor-Greene, congresista republicana, distrito Georgia-14.
Jorge Cachinero el

Las expectativas que se han generado sobre un posible cambio radical de la política exterior estadounidense sobre Ucrania tras las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos (EE. UU.) deben ser atemperadas.

Es cierto que un Congreso de Representantes controlado por una mayoría republicana abriría la espita a una cascada de investigaciones sobre el comportamiento cuestionable de Biden, de su hijo Hunter y de su hermano James, éstos dos últimos bajo escrutinio de la justicia federal, en relación con sus negocios en China y en Ucrania, incluyendo, en este último caso, los laboratorios biológicos allí construidos para fabricar y armar virus prohibidos internacionalmente.

Joe Biden (i), James Biden (d), Hunter Biden (c).

Asimismo, es también constatable una fatiga creciente entre la población estadounidense sobre la ayuda que EE. UU. está prestando al gobierno de Ucrania para financiar y para pertrechar su enfrentamiento con Rusia.

Este cansancio se está transformando en una irritación legítima de los contribuyentes estadounidenses, y, por extensión, de los europeos, cuando conocen que parte de esos sistemas de armas están apareciendo en países de Europa occidental -Dinamarca, Francia, Finlandia, Holanda o Suecia-, a través de los canales del mercado negro que controlan las bandas del crimen organizado y los grupos del terrorismo multinacionales.

Es legítimo pensar que algo parecido pueda estar sucediendo con los millones de dólares y de euros introducidos, hasta ahora, en la lavadora ucraniana.

Por último, se está extendiendo entre la clase dirigente estadounidense el nerviosismo por culpa del miedo que les provoca imaginar que el conflicto en Ucrania escale hacia una guerra global en la que se usen las armas nucleares.

En definitiva, los mandatarios de Ucrania han secuestrado a EE. UU. y a la Unión Europea (UE) para servir a los intereses de su política exterior y de sus propias cuentas bancarias, aunque, sin embargo, a medida que crece el daño -económico y de riesgo de escalada nuclear- que este choque está infligiendo a Occidente, el apoyo por Ucrania y por su agenda disminuye.

La realidad es que Ucrania no está consiguiendo victorias en el terreno de combate, a pesar de la entrega de esas armas y de ese dinero, y se ha convertido en un cadáver político, con diagnóstico de muerte clínica, que se mantiene con vida gracias al soporte vital con el que le asisten EE. UU. y la UE.

Tras las elecciones estadounidenses de mitad de mandato no son esperables modificaciones significativas en la política exterior del país hacia Ucrania.

Estos comicios han marcado el comienzo de la campaña presidencial de 2024 -en la que Donald J. Trump (DJT) podría ser, de nuevo, el candidato del partido republicano-, que agudizará el estado de polarización en el que vive la política estadounidense, como ilustra la operación psicológica de miedo que los demócratas han desatado para mostrar a DJT, a sus seguidores y a los republicanos como una amenaza para la democracia estadounidense.

Esta división tiene su reflejo en un sistema electoral ineficiente, cuando no, claramente viciado y corrupto, que pone en cuestión el valor democrático de las elecciones en EE. UU. y que obligaría a los estadounidenses a decidir si debieran poner sus procesos electorales en manos de observadores internacionales para garantizar, así, su limpieza.

Este enfrentamiento crecerá durante los dos próximos años y la política estadounidense quedará bloqueada por la pugna esperable entre el ejecutivo de Biden y el Congreso, si éste acabara en manos de los republicanos.

A pesar de ello, la política de Biden hacia Ucrania continuará porque sólo una minoría de los congresistas republicanos se han manifestado en contra de ella.

EE. UU. está haciendo con Ucrania -financiación, equipamiento y entrenamiento- lo mismo que hizo con el gobierno afgano hasta su colapso y Biden y su equipo van a tener muy complicado, después de la debacle de la huida de Afganistán, salir del atolladero en el que se encuentran en Ucrania.

Las similitudes entre Afganistán y Ucrania terminan ahí porque ésta es para EE. UU. una prioridad de política exterior, ya que ha reemplazado el hilo rojo de su política exterior anterior de extensión de su modelo político y económico hacia el Oriente por otro de confrontación directa, de guerra a través de apoderados o de guerra fría contra Rusia y China, a la vez.

El hecho es que el enfrentamiento que EE. UU. ha provocado en Ucrania es una guerra híbrida contra Rusia, que continuará cuando el combate en suelo ucraniano termine.

Por ello, ni EE. UU., ni Rusia pueden aceptar ser derrotados en Ucrania porque, por diferentes motivos, esta guerra es de carácter existencial para las dos naciones.

En los últimos días, Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Biden, ha hablado con Nikolai Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, desde 2008, y con Yuri Ushakov, asesor de política exterior del presidente Vladimir Putin y ex embajador de Rusia en Washington, D.C.

Jake Sullivan (i), Nikolai Patrushev (d).

Al contrario de lo que insinúan algunos medios de comunicación, estas conversaciones de alto nivel no son para llegar a un posible acuerdo sobre Ucrania, sino, más bien, para evitar una escalada directa -vertical, horizontal o en ambos sentidos- y descontrolada de este conflicto hacia una guerra global, que sería necesariamente nuclear.

Rusia no permitirá que este estado actual del conflicto se mantenga así durante mucho más tiempo.

 

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