Hay una cosa fundamental que diferencia a la manifestación de mañana en Colón de las que hubo en octubre de 2017: las de entonces eran espontáneas y ésta es de los partidos.
Fundamentalmente de dos: PP y Ciudadanos, que se están revelando como unos no populistas un poco extraños.
El PP de Casado quiere apoderarse o liderar (o hacer como que lidera) eso de la “España de los balcones” que si tuvo un interés fue su expresión intuitiva y cívica, sin partidos de por medio. Si hacemos memoria, el PP por aquel entonces estaba estupefacto, una estupefacción sorayo-rajoyesca que solo rompían las lágrimas de Albiol.
Casado quiere ahora, sin renunciar a ser el PP -es decir, sin criticar el autonomismo ni todo lo demás- surfear aquella ola popular que luego ha tenido cierta continuación en VOX.
El domingo estará, por ejemplo, María San Gil, es decir, parte de aquel PP que se le fue cayendo a Rajoy. Casado está impostado, empieza a parecer un “celebrities” que le hiciera Joaquín Reyes. Hiperactivo (recuerda a Llorente, el medio del Madrid que corre como un vietnamita de lado a lado), incansable, meritorio excesivo, quiere llevar al PP donde el PP no estuvo y por eso aprovecha lo del relator para teatralizar algo que puede llevar al Congreso con una moción de censura.
Y algo parecido le ocurre a Ciudadanos, que quiere liderar la España unitaria esta vez sin melindres, sin escrúpulos a lo Valls, compartiendo foto con los del cinturón de ayer en un ejercicio de plena apelación nacional que será ecualizada luego por algún orador-dj para pasar de lo nacional a lo constitucional sin mácula de nacionalismo.
La España insurreccional del hasta aquí hemos llegado la quieren meter en una cajita los partidos y sus respectivos voceros.
Es absolutamente legítima la manifestación, claro, pero tiene algo de desactivación.
