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Los insectos de la FAO

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Dalí, que espiritualizaba a las moscas, fue el que más lejos llegó. Se ponía moscas en la comisura o las apretaba entre los labios. Dalí se casi-comía a las moscas. La reverberación irisada de la mosca junto a la babilla de la comisura era ciertamente un placer erótico. Uno pensaba que la mosca y el resto de los insectos no es que fuesen demasiado asquerosos para ser ingeridos por el occidental, es que están muy cerca de lo espiritual o de lo humano. La mosca, con su ojo parabólico, parece que tiene mirada, que lleva un alma dentro. La mosca es como la carroñera espiritual del reino animal (¡buitre de almas!). Por otro lado, los insectos eran a veces demasiado humanos. La vida de las hormigas de Rolland, la de las abejas. La misma abeja Maya. El componente social del insecto le daba un trasunto humano. Ahora la FAO, organización culminante del progresismo, lanza una propuesta desconcertante: comer insectos. ¡La FAO pretende acabar con el hambre del hombre convirtiéndolo en lagarto! Por un lado, esto es globalizarnos haciéndonos un poco chinos. Por otro, es una conmovedora demostración de optimismo e incomprensión. La globalización es un proceso implacable que va haciendo desaparecer las costumbres más placenteras e inteligentes de cada región, hacia una globalidad de lo aberrante, como una forma de darwinismo nacional. Va quedando, de cada país, lo más desagradable, lo más duro e inconfortable.

Por otro lado, estos señores de la FAO no entienden que si hay muchos insectos es precisamente porque no nos los comemos. Si decidiéramos su comestibilidad, si quisiéramos retroceder en la cadena alimenticia y empezar por ellos, dejaría de haber tantos. Convenientemente valorizados, ya se encargaría el comedor de moscas, el degustador de escarabajos de convertirlos en escasos. ¡Tortas habría por rebañar un hormiguero!

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