ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Columnas sin fuste por hughes

El olvido de la prudencia

El olvido de la prudencia
hughes el

Se sigue hablando de expertos para descargar las responsabilidades políticas del coronavirus. Con la epidemia se ha querido convertir lo político en una cuestión de meros dictámenes técnicos, hasta el punto de hacernos creer que decide el “experto”.
Estaría, para empezar, la cuestión principal de qué técnicos o expertos informan (si son del partido o son cercanos o no lo son en absoluto), pero escuchar el consejo es solo una pequeña parte de la política, una entre muchas. Concretamente, es uno de los elementos de la prudencia, que siempre fue (eso nos decían) la virtud política por excelencia, hasta el punto de que una y otra podían confundirse.
La prudencia es la madre superiora de las facultades, y es la gran olvidada.
“Recta razón de lo agible” es su definición aristotélica. Lo agible no es exactamente lo factible, lo realizable, pero puede servirnos a los efectos de este paupérrimo blog. Es una razón práctica (no científica), recta, moral (no numérica ni oportunista) y perfeccionada por el hábito (ha de estar cincelada en la personalidad del que decide).

La prudencia es una virtud intelectual, del conocimiento, pero hacia una verdad práctica. No es ciencia, no es meramente conocer sin más. Va orientada a la verdad, pero a una verdad práctica, hacia lo verosímil, lo que se va haciendo verdad. Y es “recta” porque interviene la moral, mediante un acto mejorado por la virtud. El acto está “rectificado” por un hábito. No hay virtudes morales sin prudencia. La prudencia modera la razón hacia un justo medio y hacia la verdad práctica.

Santo Tomás y sus muchos comentaristas dedicaron no poco tiempo a analizar algo que en la actualidad se ha olvidado. El gobernante representa vagamente los intereses del pueblo, pero tampoco rinde cuentas ante nadie “arriba”, así que ha olvidado las virtudes que antes le eran exigibles. Porque la prudencia no es un “rasgo” opcional del político, es la obligación del político, es su razón de ser, y es muy importante insistir en que la prudencia es un hábito, una cualidad del sujeto.
Al ser la prudencia un hábito, ha de estar en las acciones y formas del político. Ha de serle exigible.
Hubo quien pensó en esto durante las primeras semanas de no-actuación gubernamental ante la amenaza del Coronavirus (la fase de negación y “sologripismo”). Hubo quien se acordó entonces de la tesis fraudulenta del presidente, del contenido indecoroso de ese trabajo académico con el que se nos presentaba como algo que no era.
Quejarse antes sonaba “anticuado” o partidista, pero entonces ya era pertinente. La naturaleza moral e intelectual del presidente se puso de manifiesto estallada la crisis. Vimos clara la relación entre una cosa y la otra, y sus consecuencias. Santo Tomás decía que el negligente en lo pequeño es negligente en lo grande.
(Contra la negligencia no solo ayuda la prudencia. También el temor hace evitar la negligencia porque “excita a los hombres a actos de razón”. Pero el miedo también fue disuelto en febrero como algo negativo).

En esta crisis vemos algo curioso: medidas medievales (cuarentena) agravadas coactivamente por el Estado con la ayuda de una ciencia más desarrollada pero no lo suficiente, y con una diferencia importante en forma de carencia: la pérdida de virtudes morales en el gobierno. Por ejemplo, la importancia de la prudencia, que ya ni se predica en el gobernante. Esta diferencia se observaba muy bien en la obra de Cipolla (“Cristofano e la peste”) sobre la gestión de la peste en una ciudad italiana en el siglo XVII. Le llamaba la atención la diligencia de los responsables municipales. Ni un día perdido, ni un día de vacilaciones.

La prudencia es algo complejísimo, un vasto continente escolástico. Esa solicitud mencionada por Cipolla era para Santo Tomás la “solercia”, la prontitud de respuesta o agilidad, solo uno de los varios componentes de la prudencia en su parte “cognoscitiva”. Junto a la solercia o sagacidad, figuran además la memoria (el conocimiento de lo pasado), la razón, la inteligencia (intuición) y la docilidad (al escuchar y asumir el consejo, sólo una dimensión de la prudencia).
Además de esos requisitos que la “componen”, la prudencia exige otros tres elementos: ordenar las acciones a un fin (previsión), estar atento a las circunstancias (circunspección) y remover los obstáculos (cautela).

Estos son, por tanto, los requisitos de la prudencia. Pero la prudencia es una razón ordenadora de los medios hacia un fin, y aún tiene el prudente que acreditar, antes, ciencia moral y sindéreris, el hábito que nos inclina a los principios morales, a la rectitud en los mismos, porque la prudencia política persigue la “verdad agible” orientada, no al provecho propio (ni al del partido), sino a la nación.

Por tanto, según Santo Tomás, el prudente, para serlo, tiene que tener (conformado como hábito) lo siguiente: memoria, intuición, docilidad, razón, solercia o sagacidad, previsión, circunspección, cautela, sindéreris y ciencia moral en la determinación de los rectos fines comunes a seguir.
Esto, tirando por lo bajo.

¿Cuánto de esto hay en Pedro Sánchez? Si le hacemos un PCR al presidente, ¿le encontramos algunos de estos componentes del prudente, esto es, del político?

En sus actos y no-actos está la respuesta. Somos el país más afectado del mundo si a la situación sanitaria unimos la económica y la política. La inacción fue imprudente y es posible que a la ausencia de algunas de las mencionadas características personales se uniera durante un tiempo la confusión en el fin último de las acciones, que no parecía el bien común, sino otra cosa.

Todo lo anterior era esperable porque estaba en la actuación personal de Sánchez. Su disposición moral y su naturaleza no eran las del prudente, sino las opuestas. Había demostrado indocilidad al consejo de los sabios, imprevisión, falta de cautela, falta de consideración a las circunstancias, desmemoria (a veces de lo dicho el mismo día), ignorancia crasa, inconstancia…

No solo nos olvidamos de la prudencia, es decir, de la política, convertida por “los inteligentes” en un ingenuo “hacer la ciencia, seguir la ciencia”, es que pusieron al frente a un más que probable imprudente. Es normal que ahora eviten hablar del tema.

Hay muchas prudencias. Está la individual (o monástica), la militar, la doméstica, la económica, la gubernativa (a la que nos referimos) y también una prudencia política del “súbdito”, que es la que nos corresponde a los demás. Hay una prudencia también en el obedecer; lo estamos viendo estos días.

“Aunadas en la prudencia la obediencia y el mandato son virtudes”, escribe el profesor Juan Fernando Sellés, experto en la obra del Aquinate. ¿Y si no hay prudencia? Se hace muy difícil obedecer e incluso puede haber quien considere que no es virtuoso hacerlo. Cuando hay imprudencia o la orden la dicta un imprudente, la obediencia se complica y su virtud se cuestiona diariamente.

actualidad
hughes el

Entradas más recientes