Gema Lendoiro el 14 oct, 2013 He de decir en primer lugar que la frase del titular no es mía. Es de un blog que ha caído en mi reader sin saber cómo. El post no habla de una mujer madre, sino de una hija que imagina que su propia existencia es para su madre un cielo preñado de estrellas. Y me ha gustado tanto esa definición, me han llegado tan dentro estas palabras que por eso escribo hoy sobre eso. No soy una persona muy dada a contar cosas denominadas o catalogadas de “sensibles” Es más, huyo, cada vez más, de mostrar demasiado mis afectos a cuanta parroquia quiera escucharme porque la intimidad del amor y de los sentimientos me provoca mucho pudor. Más que estar desnuda físicamente. Curiosamente me da más reparo verbalizar esos pensamientos en la placidez de una charla con amigos que aquí, a través de esta plataforma. Supongo que el silencio de cuando escribes te hace pensar, de manera inconsciente, que sólo existes tú y una página en blanco. El caso es que pocas veces muestro mis sentimientos íntimos en público. Desde luego no me refiero a los besos en público. Quién me conoce sabe que me paso el día comiendo a besos a mis hijas. Me refiero a decir qué sensaciones tan placenteras me provocan su existencia. La de ambas. Todo en ellas me seduce. El olor de sus cuerpos, los minúsculos deditos de sus pies, sus manitas, el suave tacto de su piel, su increíble dependencia de mí, yo que siempre fui tan libre y he huido de cualquier cosa que me atara. Esa dulce y férrea atadura que hace que te sientas una mujer poderosa por el simple (y a la vez complejo) hecho de haber dado sus vidas, de haberlas gestado, de haberlas albergado creciendo dentro de ti. Eso te cambia para siempre. Puede que no a todas las mujeres les pase pero a mí sí. Y es un sentimiento tan arrollador que nada hay que lo compare. Ni siquiera el inmenso amor que siento hacia su padre, mi marido, que sigue provocándome mariposas en el estómago todas las noches cuando cruza la puerta de nuestra casa. No son amores comparables, ni siquiera llenan de la misma manera. Son diferentes. “Tu existencia es un cielo preñado de estrellas” ¡Qué frase tan certera, tan llena, tan real” Tumbarte en un sofá y verlas dormir, esas bocas tan bonitas que todos los bebés y niños pequeños tienen. Esos abrazos cuando te ven, miradas llenas de amor desinteresado, piropos que te llegan al alma, “mamá tú eres la más monita” ¿Quién no se resiste a esto? ¿quién puede imaginar una vida sin ellos, los hijos, una vez están en este mundo? Cuando eres madre muchas equis se despejan. Empiezas a entender muchas cosas de la vida. No todas, es cierto, de hecho surgen muchas preguntas sin respuesta pero otras adquieren una meridiana claridad que te soprenden. Empiezas, por ejemplo, a entender qué es la felicidad plena. Porque existe. Una mañana de domingo en la cama con ellas es un buen ejemplo. Y por eso, porque muchas dudas quedan despejadas, hay cosas de las que no tienes la mínima duda: sabes que dando amor del bueno (ni que pudiera haber del malo, claro) les estás garantizando una vida futura, plena, llena de seguridades, de pisar fuerte. Cuando un hijo es amado por los dos, padre y madre y cuando sabe que pertenece a una familia que lo quiere, cuida y protege por encima de todas las cosas, cuando eso pasa, se hace la mejor de las inversiones del futuro. Y una puede tener un mal día y pegar un grito pero la base siempre tiene que ser el gran amor, el AMOR con mayúsculas, ese que brota de manera espontánea, que no se aprende, que nace en el instante que tu hijo sale de tu vientre. En el instante que te conviertes en SU madre, en el momento que se convierten en tu “cielo preñado de estrellas” Quizá por estas cosas Rilke dijo aquello de que: “la infancia es la patria verdadera” Puedes seguirme en twitter y en facebook Sin categoría Tags amorhijosmaternidad Comentarios Gema Lendoiro el 14 oct, 2013