Gema Lendoiro el 14 sep, 2015 A veces no hay lugar para la esperanza. De repente, sin esperarlo, te encuentras sumida en una conversación donde sobre todo hay mucho ruido y no sólo el que penetra a través de los oÃdos, también hay mucho ruido del que desestabiliza. Un buen dÃa, te ves atrapada en los argumentos de alguien que dice que no pega a su hijo pero que sà lo encierra en un cuarto cuando tiene una rabieta y se porta mal. Y, cómo no, suelta toda la retahÃla de que es por su bien, que tiene que entender que “la autoridad soy yo” mientras levanta el dedo Ãndice y eleva la voz. Y sin faltar las veladas amenazas de: “y luego terminará como los de hermano mayor” Y ahÃ, justo ahà es cuando internamente me descompongo y siento que es mejor callarme. Y no porque no tenga argumentos sino porque para llegar a entender que eso es una crueldad intolerable no es suficiente una sobremesa. Para llegar a eso, si es que no lo has aprendido de niño, se necesita un largo camino de aprendizaje. En primer lugar uno tiene que ponerse frente al espejo y hablar con el niño que fue y que sigue ahÃ. Y atreverse a decir en alto: sÃ, las bofetadas que me diste no las he olvidado. SÃ, las veces que me dijiste que era un torpe o un inútil las sigo guardando en el disco duro. SÃ, cuando me dejaste llorando en mi soledad se hizo una huella. Y aquà está, en forma de herida que ya no sangra pero que tiene una cicatriz. Una vez recordado esto atreverse a reconocer que sà hizo daño, que puede que esas actitudes hicieran lo que hoy eres: miedoso, quizás agresivo, a lo mejor vengativo…nunca cosas buenas. Siempre sentimientos que se alejan de la bondad y el amor con mayúsculas. Reconoce que no recordar las cosas es una forma de protegerte que el cerebro tiene. Después de la fase de aceptación, esto es como los duelos, viene la fase de la comprensión. Aprender a entender que muchos padres han arreado porque eso fue lo que recibieron y jamás se plantearon que eso no era lo adecuado. Si lo hacÃan sus padres, entonces estaba bien. Y una vez que hayamos llegado a la fase de la comprensión, viene la más difÃcil. La del perdón. Y ésa, ésa es solo posible mediante el amor. Y hazlo. Para cerrar el cÃrculo. Y todo esto lleva años. No se hace en un dÃa, en una charla donde alguien te comenta que encerrar a un niño en una habitación tiene consecuencias aunque te niegues a verlas. Tiene la consecuencia más nefasta de todas cuantas hay en la relación de padres a hijos: que les fallas, que sienten el desamparo porque carecen de recursos emocionales para salir de una situación llena de estrés. Porque educar no significa maltratar, hacer que sientas terror. ¿Acaso crees que un niño de cuatro años no siente eso cuando lo encierras? Si no lo crees es que no has entendido nada. Pero no eres un caso perdido. Siempre es buen momento para cambiar. Para romper el molde recibido. Para bucear y entender que no se puede ayudar a construir niños llenos de amor, seguros de sà mismos, a base de ese tipo de educación. Que sÃ, que el respeto también se logra ofreciendo respeto y comprensión. Lo que pasa que hacerlo asÃ, es verdad, lo reconozco, es más difÃcil, lleva más tiempo y sobre todo, es menos comprendido en la sociedad. Pero, ¿qué me importa a mÃ? ¿Lo que digan los demás o lo que sienten mis hijas? Cada dÃa que pierdo los nervios y levanto la voz me fustigo. Cada vez que lo hago es un paso hacia atrás. No es la manera, no funciona. No me digas que si no pongo mano firme saldrá como el niño de Hermano Mayor, porque ese niño, si pega a su padre es porque su padre le ha enseñado esa forma de relacionarse basada en la violencia. La violencia se aprende también por imitación. O la contraria, la forma de educar mediante la pasividad entregando todo lo material para sustituir la presencia. ¡Cuánto queda por recorrer! No puedo medirlo. No soy adivina. Cada vez que alguien dice que una bofetada a tiempo es buena mi niña, la que sigue dentro de mÃ, salta como un resorte y recuerda cómo se sentÃa de pequeña al recibirlas. Es como si una fuerza me dijera: dà que no, defiéndete, no lo consientas. Y eso hago. Con mis hijas, con quién quiera escucharme y entender que no, que no serán carne de comisarÃa porque eduquen a sus hijos en el amor, en el respeto y la ausencia total de violencia. Por favor, no pegues a tus hijos. Por favor, no los dejes llorar solos en una habitación. Por favor, piensa y medita que aunque siempre hayas pensado que eso es educar, eso no es educar. Di no a toda la violencia. Pero fundamentalmente a la que se ejerce dÃa a dÃa en los hogares y se acepta como válida. Dale una oportunidad a la madre y al padre que llevas dentro para ser la madre y el padre que te mereces ser pero, sobre todo, para ser el padre y la madre que tus hijos merecen tener. Enlaces relacionados:  ¿Dónde crees tú que se aprende la violencia? 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