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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Prohibida la entrada a menores ¿está de acuerdo o en desacuerdo?

Gema Lendoiro el

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Están los ánimos encendidos, otra vez, porque a raíz de una encuesta que un periódico nacional ha hecho, se lía la marimorena en los infinitos grupos sobre crianza que hay en facebook. Hay que ver lo que nos gusta en España una discusión. Y más desde que no tenemos gobierno para echarle la culpa. La encuesta hace la siguiente pregunta en el titular:

¿Te parece bien que se prohíba la entrada a menores en restaurantes? Sin embargo, pinchas y la pregunta cambia cosa fina: ¿Te parece bien que se prohíba la entrada a menores en ALGUNOS restaurantes y hoteles? Y claro, la cosa cambia. Parece lo mismo pero no lo es. Y la cosa cambia. Bastante. 

A la primera pregunta contesto sin dudar que no. Que no me parece bien que se prohíba la entrada a menores en TODOS los restaurantes como si fuese por sistema. Comer en familia con niños pequeños no tiene que estar condenado a ir a los típicos locales de comida rápida de olor insoportable e insufrible y que te llaman por megafonía para que recojas una bandeja de comida repleta de grasa que una chica con gorro te entrega diciendo: ¡Que te aproveche, chiqui! Eso para mí se parece, más que a una comida familiar, a un justo castigo divino de los que te caen sin compasión. No estoy dispuesta. Antes me voy de bocatas de mortadela con aceitunas al Retiro.

Otra razón de peso para mí es la nutrición. Como Suárez, puedo presumir y presumo de que mis hijas todavía no han pisado jamás esos restaurantes fast food . De hecho si les dices los nombres que estás pensando, ponen cara de vaca mirando al tren. Tampoco es que sea yo la típica modeli (de pasarela) ni madre obsesionada con la nutrición. Pero la fast food, así en general para mí es sinónimo de atracón a la vuelta de una noche de farra. Fuera de ese momento no encuentro aceptable esa oferta, digamos, gastronómica.

Me gusta mucho que vayamos a comer en familia a restaurantes y lo hacemos de vez en cuando. Lo que no me gusta es estar agobiada los 60 o 90 minutos que puede durar la comida temblando porque algo pueda romperse. Llámenme exagerada pero a mí lo de que mis hijas monten un pollo en un restaurante siempre me ha dado mucha vergüenza y la verdad, no me compensa, así que salimos a comer fuera alguna vez pero escogemos a cuáles podemos ir porque conocemos a nuestras hijas. De hecho es ahora, cuando tienen 3 años y medio y 5 y medio cuando aguantan en la mesa al menos lo que dura la comida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A la segunda pregunta contesto sin dudar que sí. Que me parece bien que se prohíba la entrada a menores en ALGUNOS restaurantes y hoteles aunque yo la formularía de una manera menos “agresiva”. Lo correcto sería decir que si le parece bien que los empresarios hoteleros y de restauración tengan derecho a elegir si pueden delimitar las edades, o lo que es lo mismo, prohibir la entrada a los menores de edad, una ley que se aplica desde hace años en todos los bares de copas y discotecas y donde jamás nadie ha puesto el grito en el cielo. Es verdad que porque suelen tener horarios nocturnos y normalmente los niños pequeños (que no los menores de edad) a determinadas horas están en la cama (hacemos una salvedad en las fiestas patronales de los pueblos). También antes no existía la ley del tabaco y había que proteger a los niños del humo. Pero hoy esa ley existe y muchos bares de copas están repletos por la tarde, llenitos de personal de oficina que culmina negocios o enreda para no ir pronto a casa y que le caiga la siempre adorable tarea de bañar a los niños.

En teoría no debería haber debate puesto que la inmensa mayoría de los restaurantes y hoteles en España no tienen prohibida la entrada a los niños. Y cuando digo inmensa mayoría me refiero al 97% que no es moco de pavo. Y si no se lo creen hagan la prueba piensen en los restaurantes que le sean habituales y hoteles y pregunten si está o no prohibida la entrada. Los que la suelen prohibir son aquellos que saben que su clientela es gente que acude por temas de negocios y no familiares. Y lo suelen hacer entre semana. De hecho entre semana es muy raro ver familias con niños comiendo en restaurantes y sí adultos, generalmente con personas de su entorno laboral. Por cierto, aprovecho para soltar aquí una realidad: es mucho más normal (por habitual, no por natural) ver más hombres que mujeres y aquí el debate ya nos lo conocemos: las mujeres con hijos conciliamos más y mejor y si podemos tener una reunión en la oficina en lugar de una comida, mejor. Y no se me enfaden. Es un hecho. A mí antes me encantan las comidas de negocios, creo que hay un componente de conseguimiento real mucho mayor que en el que se da en una sala fría de reuniones.

Hay aquí, por tanto, dos posturas antagónicas que, la verdad, ambas tienen su parte de razón. De un lado los padres que consideran que sus hijos no deben tener la entrada prohibida en ningún sitio. Y de otro, la libertad empresarial que debería ser, sagrada, pero también la libertad de escoger un lugar para tus vacaciones donde no haya niños. Por las razones que sean. Tengo una amiga, por ejemplo, que cuando llegó su primer verano de divorciada buscó un hotel con entrada a niños no permitida porque para ella era tan doloroso estar sin los suyos, que prefirió ir a un lugar donde casi nada le recordara su tristeza. También hay lugares destinados a adelgazar o a curarse de adicciones que no permiten la entrada a menos de 14. Yo no lo veo discriminatorio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es entonces cuando hay personas que te dicen que esto si en lugar de niños fuesen mujeres, negros o gays, sería discriminación y efectivamente así sería. Mira que nos gusta una exageración. Pero en los niños no lo veo discriminación. Las diferencias que hay entre el mundo infantil y el adulto tienen que ver con la aceptación de las normas. Y todos sabemos que hay niños que no pueden parar ni un minuto (mi hija pequeña) y otros que son capaces de entretenerse jugando dos horas con dos caballos de juguete (mi hija mayor) Los primeros nos suelen hacer mucha gracia a los padres y familiares y para de contar. Al resto de comensales, no tanta gracia. Y si ese comensal ve perturbada su comida porque el niño no entiende con 3 años que debe estar sentado y sin gritar, tiene todo el derecho a sentirse molesto y cabreado. Pero no con el niño que, al fin y al cabo está siendo niño, sino con sus padres que no saben poner remedio. O no quieren. Por lo tanto no es comparable con lo de los gays, mujeres y negros (que hace falta tener mala leche para poner esas comparaciones) Una mujer, un gay y un negro, se saben comportar perfectamente en un restaurante. O no. pero si no lo hacemos no es por la condición citada sino porque somos, si acaso, maleducados. Los niños están en proceso de sociabilizar y en ese proceso sucede que, muchas veces, se ponen a correr por los restaurantes. Es lo que tiene tener 3 años. Que así una sobremesa sobre con quién va a pactar Sánchez finalmente, no les suele interesar lo más mínimo. Ver cómo se caen los platos de una mesa y se rompen, suele ser más de de interés de su siempre despierto afán por aprender.

El mundo infantil es único e irrepetible. Las noches en vela por este motivo, afortunadamente, también. En el mundo de los adultos encajan en algunos, pero en otros, no (véase bares de copas y discotecas y algunos restaurantes) En realidad creo que es hacerles a ellos también un gran favor y es que difícilmente los niños de 2, 3, 4 años, están quietos sentados dos horas. ¿Qué necesidad hay de obligarlos a semejante tortura? Lo ideal es acudir a lugares donde su presencia sea bien recibida. Las pistas para encontrarlas son fáciles: tienen tronas, menú infantil (que suele ser el timo de la estampita), y lápices y hojas para colorear. Y la oferta es muy amplia. ¡Será por bares! ¡Si estamos en España, por Dios!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y ya lo ideal y estupendo son aquellos lugares donde además, hay un jardín y columpios. El único fallo es que solo sirven para cuando no hace frío o al menos no llueve. ¡Si es que lo queremos todo y todo no se puede tener! Y, ya puestos, podríamos dejar de mentirnos un poquito a nosotros mismos y ser honestos por una vez en la vida: Cuando estás criando, la vida cambia. Y con ella los hábitos de diversión. Es lo que hay. Tampoco hay que hacer de ello un drama. Claro, a mí también me gustaba ir los domingos a la Latina de cañas y de pie. Pero es que ahora no lo veo factible y he renunciado a ello momentáneamente. No porque me prohibieran la entrada, sino porque yo, su madre, no veo que sea un lugar apropiado para ellas. Se van a portar “mal” (es decir, como niñas), lo van a pasar mal ellas y yo y me habré gastado el dinero para cabrearme. No lo veo.  Como tampoco veo que sea adecuado para niños Horcher o el Hotel Ritz.  Por cierto, en Horcher tampoco permiten la entrada a determinados adultos si no van vestidos de determinada manera y nadie ha puesto el grito en el cielo. Ya sabes que si llevas pantalones vaqueros y sin corbata no es un lugar para ti. Son sus normas.

También es verdad que la sociedad en general tolera cada vez menos a los niños. Algunos dicen que porque no están tan bien educados como antes. Bueno, es que antes te miraba tu padre y te cuadrabas y ahora los padres vamos más del rollo de no gritarles ni amenazarles. Muchas personas ven a los niños como una auténtica pesadilla. Y en realidad la pesadilla es estar con ellos porque no es que no aguanten a los niños, es que no aguantan a nadie, empezando por ellos mismos. Suelen no tener hijos y decir la frase: No tengo hijos pero sí muchos sobrinos y bla bla bla (Traducción: no tienen ni idea de lo que es un niño) 

Pero lo que servidora tolera cada vez menos es ponerse a sudar cuál pollito porque las niñas empiezan a hacer ruido con los cuchillos en las delicadas y caras copas de cristal mientras yo hago que disimulo y a la vez les pongo cara de: Ya veréis cuando lleguemos a casa, castigadas sin Patrulla Canina. Así que si no vamos a bajar, entre entrantes, segundos, postres, vinos y copas de los 100 euros, ¿qué necesidad hay de sufrir de tal manera? Al fin y al cabo yo soy madre de dos niñas españolas que, por mucho que vayan a colegio francés, no saben comportarse en la mesa como los infantes galos. Será culpa de su padre. O mía. O de los dos.

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