Aquà una mujer trabajadora y madre pero suertuda porque tiene ayuda. ¡Y qué ayuda! Tanta que me llevarÃa más disgusto si me abandona mi ayuda que mi marido. Va en serio. El caso es que doña Ayuda los jueves se toma la tarde libre porque es el dÃa que tiene su reunión religiosa (es testigo de Jehová) asà que una servidora, muy impaciente con 39 años, lidia con las hijas que Dios le dio para acostarlas. Supongo que los libros y las teorÃas de los psicólogos tienen razón al afirmar que, con quién más queremos, peor nos comportamos, ejem. El caso es que, o soy muy mala imponiendo mis órdenes, o lo de acostar a mis hijas antes de las 8 (como hace doña Cuidadora) no es lo mÃo.
Ayer, jueves, una vez más puse en práctica (con buena intención) mi supina incapacidad para poner orden a dos personalidades arrolladoras de casi tres años y siete meses acabados de cumplir. El caso es que doña Tecla estaba mimosa. Pero mucho. He de decir que la pobre tenÃa sus motivos: dos horas antes se habÃa pillado el meñique con la puerta trasera del coche y corriendo que nos fuimos a urgencias. Diagnóstico tras radiografÃa: principio de fractura no desplazada y dedito vendado con esparadrapo al anular para no moverse. Poca cosa, vaya (y gracias a Dios) Y claro, es de imaginar que ante semejante tragedia griega ella necesitaba, y mucho, los mimos de su mamá. O sea, mÃos.
Pero una tiene dos brazos (y uno de ellos con un poco de artrosis, por cierto, que nos vamos haciendo viejas) Asà que ayer habÃa que escoger entre la más débil y le tocó el turno a doña Tecla que para eso estaba “herida” Como Mofletes Prietos, una vez tiene llena la panza, es de buen conformar, la coloqué en su moisés y le di su mordedor para que se entretuviera. Y mientras le conté  a su hermana mayor hasta treinta veces el cuento de Cita (Caperucita) y cómo le lobo se comÃa a su abuela (qué asco de cuento, por cierto cuando explicas que el cazador le abre la barriga y saca de ahà a la abuela y a la niña en plan cesárea de emergencia).
El caso es que cuando ya parecÃan calmados los ánimos de Doña Tecla, reparé en que Mofletes Prietos no daba señales de vida y en un brinco asomé mi hocico a la cuna. Y ahà estaba la pobre, más frita que una tortilla. Ante tal abandono, y no teniendo mejor cosa qué hacer, la tÃa se durmió. Y sin llantos. ¡Qué pobre! Y todo por ser una segundona con hermana que no está dispuesta a perder NI-DE-CO-ÑA  su protagonismo.
Cualquier dÃa de estos la pequeña se va a quitar el chupete y me va a decir: “Oye, mamá, que me alquilado un piso en Valdebernardo”
Al tiempo.
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