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Sumar y restar

Salvador Sostres el

El independentismo está aprendiendo a sumar y a restar en los días previos a su gran salto final. Más a restar que a sumar, aunque sin las sumas privadas no se entienden las restas colectivas.

La negativa de Colau y de Podemos a asumir el referendo como algo más que una movilización reivindicativa cierra definitivamente el recuento de las elecciones “plebiscitarias” de 2015 y la fantasía secesionista de que las habían ganado. Con su habitual ambigüedad y cinismo para quedar bien con todo el mundo, pero de un modo inequívoco, tanto la alcaldesa de Barcelona como Pablo Iglesias se han situado en el bando del “no” cuando han tenido que pagar el precio de intentar romper un Estado como España.

Los independentistas estaban justo empezando a escenificar su enfado con podemitas y comunes cuando ayer Junqueras les bajó a la realidad del frío cálculo y no aceptó la burda trampa de Puigdemont de nombrarle “consejero del referendo” para forzar su inhabilitación y debilitar las expectativas de Esquerra. Otra resta, menos cuantitativa pero más simbólica, a la vez que el líder republicano suma posibilidades de ser el próximo presidente de la Generalitat confirmando que los separatistas son los primeros que saben y entienden que el escenario tras el primero de octubre continuará siendo autonómico y autonomista.

Y para acabar de restar soldados, y de sumar ciudadanos razonables y temerosos de Dios y de la Ley -como así tiene que ser-, cuando Junqueras contestó que sólo aceptaría ser “consejero del referendo” si los consejeros de lo que queda de Convergència respondían con su patrimonio personal a las multas de la desobediencia -para corresponder con otra trampa a la trampa que le habían preparado- halló la negativa por respuesta, dejando clara la fe que los líderes del catalanismo tienen en el éxito del proceso y haciéndose evidente la gran verdad que en todo este lío subyace y que va a ser la que determine su suerte:en Cataluña, y por lo tanto en España, se vive bien, muy bien, tan bien que nadie quiere arriesgar lo mucho que tiene.

El independentismo suma realismo y resta heroicidades cuando llega la hora de pagar cash y de sostener con la vida sus proclamas. Para momentos así inventamos la propiedad privada, el mejor jarabe antirrevolucionario. Los que siempre fuimos conservadores -y hasta reaccionarios- asistimos con una especial ternura al espectáculo. Más que España ha ganado el orden y la casa con piscina -tan agradable- en la Costa Brava.

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