Por motivos tuercemuecas, que no es que me importen demasiado, he estado considerando si quiero que me entierren o me incineren aunque en realidad lo que gustaría es darle mi cuerpo a don Rafael Anson Oliart para que fuera placer hasta el último minuto a través de la Academia de Gastronomía.
No me gustaría que me enterraran. Mi querido Josep Bou dice que no quiere que le quemen, porque quiere ser enterrado en tierra española. Morir como vivió fundiéndose en España. Me parece bien. Me parece merecido. Me parece una hermosa metáfora a la altura de su noble calavera. Me enorgullezco de poderle llamar mi amigo porque sin él la vida valdría mucho menos.
Pero yo no soy como él, no soy tan bueno, ni siento apego por ninguna tierra. Odiaría que me dejaran en un sitio concreto donde mi hija se sintiera en la obligación de visitarme por Todos los Santos. No es que quiera que me olvide, es justo lo contrario, lo tiene claro si cree que cuando me muera va a conseguir que me quede quieto en un lugar tranquilo. Estoy tan orgulloso de ella, y ella tan todo lo que puede esperar un padre de su hija, que no voy a dejarla sola ni un momento. En el preciso instante en que se pare mi cuerpo, haced con él lo queráis, si lo quemáis no me importa, aunque a mí me gustaría que Ferran Adrià, Andoni Adúriz y Rafa Peña hicieran de mi carne un último acto, y le dieran un destino algo más alegre, cocinándola. Entiendo que no quieran hacerlo. Sobre todo Ferran, que me quiere mucho desde que yo tenía 15 años. Igual le estoy pidiendo algo demasiado difícil. Si es así, Ferran, perdóname, y no me hagas caso. Si no me podéis cocinar entonces sí que la incineración es lo que prefiero, y que no le den a mi hija, ni a nadie, mis cenizas. Si mientras ardo miráis en mi interior, veréis a Anna en cada órgano y ella es toda mis respuestas; I. estará en cada escalofrío con todas mis preguntas y nuestro deseo, el de los dos, de volver a jugar al juego de intentar responderlas. Yo no podría dejar de morirme con toda mi Anna. Ella ha sido la parte más bonita y fértil de mi vida. Ella me dio a Maria. Pero si alguna vez me sentí tratado como un hombre pleno, pletórico, con todos mis atributos, fue cuando I. me miró, me habló y me tomó y al día siguiente me sentía el más alto y el más rico y el más fuerte de los ídolos que cada generación lanza a la lista de éxitos. Me gustaría que también esto algún amigo lo viera en mis tendones y en mis huesos justo antes de que ardieran. “La teua olor completa penetrant-me. No hi llegiran ton nom amb un bell pànic?”.
A Maria le he explicado que yo me muera no va a ser nada duro para ella, y que apenas va a darse cuenta. Justo cuando el cuerpo se desvanezca yo saldré de él muy tranquilamente, para instalarme en su cerebro y en su fuerza, y sobre su cabeza, para protegerla; muchos más ángeles van a ayudarme en esta tarea.
Morirse sólo se mueren los que no vivieron bien, los que no dejaron nada por cuidar, por proteger, los padres que no están orgullosos de sus hijas y no tiene ya mucho que decirles. ¿Cómo que morirme? Yo no me muero, pero puede que sean más prematuros de lo que esperaba algunos tránsitos.
A mis amigos creo haberles dicho lo suficiente, al director de ABC le pido que, antes de darle a otro mis columnas, espere un par de días por ver si allí donde esté puedo hacerme con un artilugio para escribirlas y mandarlas. Dicen que está difícil, pero ya sabes, Julián, que nadie trabaja más de lo que yo trabajo y que más temprano que tarde hallaré la brecha. Entonces, para compensar la exclusiva, no voy a pedirte más dinero sino que me dejes entrar en el sistema para editar yo mismo mis textos.
Hace tiempo que escribí que había empezado a llevarme muy bien con mi muerte, y que salíamos a pasear de vez en cuando. La primera vez, por si alguien siente curiosidad, que no lo creo, fue saliendo del parque de atracciones del Monte Igueldo, camino del Hotel María Cristina, donde nos esperaba el taxi que iba a llevarnos a Mugaritz a cenar. Desde entonces sabemos qué decirnos, mi muerte y yo, y hemos hablado tanto que ahora que lleva ya quince días instalada en casa, todo me resulta ligero, placentero y la verdad es que muy fácil.
Fácil, fácil. Porque viví fácil. Una mueca, dicen, al final, pero muy fácil. Preferiría que no estuviera nadie a mi lado. Yo saldré enseguida que se acabe. No tenéis que llorar demasiado, porque entonces no vais a notar cómo en aquel mismo instante, ya liberado de mi cuerpo, os beso y os abrazo.
Otros temas