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Luego cuando nos muramos

Salvador Sostres el

Por motivos que no vienen al caso he descubierto en las últimas horas lo ridículo que uno se siente cuando ni que sea un instante cae en la trampa de tomarse en serio a sí mismo. Esto es de mujeres, o no sé, pero seguro que no es de hombres con algún sentido del ridículo.

Por eso intentamos ser buenos en nuestro cometido, y generosos, para centrarnos en algo que sea más grande que nosotros. Me doy mucha lástima cuando noto que he estado concentrado en mi herida. Hay muchos hombres que viven en este patetismo. Yo los he conocido. Me avergüenza verme reflejado en ellos. Es lo que más avergonzado me hace sentir.

Ser generoso es una higiene fundamental. Pero no estoy seguro de que sea una virtud, en el sentido de que quepa atribuirle un mérito. Es más un rubor, la forma educada de ser egoísta. El egoísmo del para mí ni siquiera merece este nombre. Es mera inconsistencia de fase anal. Ser presumido o avaro es lo mismo que tomarse en serio. Ser generoso tal vez sea un pecado peor, porque intentar suplantar a Dios es el más obvio misil contra el Primer Mandamiento; y sin embargo dar es el modo más hermoso de rezar.

Eres egoísta de verdad cuando con tu bienestar no te basta para colmar tu vanidad y necesitas salvar a los demás. Entonces empiezas a darte y a dar y te hinchas de orgullo, de una satisfacción tan honda que crees que podrías desafiar hasta a Dios. A la vez le sirves y le retas, a la vez te desprendes según sus enseñanzas, y te creces en contra de cualquier humildad. Dices que eres humilde y te quitas importancia y te molesta que te den las gracias; pero en tu silencio y en tu soledad te ves a ti mismo encaramado en el altar y no hay nadie más alto. No hay droga más adictiva que la generosidad, ni placer que se le pueda comparar. Cuando por alguno de tus gestos ves al otro colmado de felicidad tocas la cima y te sientes inmortal.

Salvarse y mancharse. Desde que fuimos expulsados todo está mezclado. Yo prefiero ser un egoísta educado. Y además me gustan los egoístas educados, y detesto a los de la fase anal, aunque los primeros seamos más conscientes de nuestro pecado y quizá por ello más culpables. Me gustan los generosos, los ansiosos de generosidad, los que amasan mucho para darlo todo y si es vanidad me gusta también su mancha, tan desmesurada, su tentativa desafiante, que crean tanto en ti que no puedan dejar de intentar imitarte.

Yo esto quería decírtelo, y a la cara. Luego cuando nos muramos, tú verás lo que haces.

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