Cada día veo mejor a mi hija desde fuera y cada día me cuesta más mirarla por dentro. Empieza a administrar su intimidad y sabe calcular las dos preguntas que dependiendo de su respuesta vendrán tras la que le acabo de hacer. A veces noto cómo corrige el rumbo a media frase. No es que me mienta, no es que me oculte, pero me responde no sólo pensando la respuesta sino en la clase de conversación que quiere tener.
El sábado de camino a Yashima, donde quiso invitar a sus amigas por su fiesta de cumpleaños, traté de explicarle los dos planos en los que siempre vivimos. El primero es la idea en que cada uno de nosotros nos basamos, o nos tendríamos que basar, y la otra son los hechos para concretarla. Los hechos son que yo le pague una fiesta de cumpleaños en Yashima y la idea es que los restaurantes son una educación sentimental, el centro del mundo civilizado, y que la calidad hay que mostrarla desde el principio para que tus hijos la incorporen, crezcan a su semejanza y tengan ganas de ser los mejores para luchar por ella. Los hechos concretos, como los buenos restaurantes, tienen que ser la metáfora de algo. Las buenas ideas, como los buenos artículos, tienen que ser totales y comprender una explicación entera del mundo.
Sin idea somos una colección inconexa de hechos aleatorios, por lo general bastante vulgares. Un hombre sin idea es un hombre caótico, condenado a la derrota o a una vida tan desoladora en que la derrota se dé ya tan por descontada que acabe pareciendo la rutina y ni se note. Hay muchos hombres sin idea, muchas derrotas. Es por ello que en España nos cuesta tanto salir de las crisis, porque una gran mayoría de hombres y de familias dependen de las circunstancias, de las anécdotas, y no tienen la fuerza de la idea para desencadenarlas, y hay que esperar siempre a que las cosas sucedan. La idea es el punto de apoyo que pedía Pascal para mover la Tierra. Tener una idea, que tu vida responda a una idea, no es exactamente tener principios, ni buen gusto, ni siquiera una pauta de conducta. La idea define el modo que tienes de relacionarte con los demás y con las cosas, también con tus principios, si es que tienes, o con la ausencia de ellos. Al Capone y Jesucristo tenían una idea. Messi no tiene una idea y es muy probable que Pablo Casado y Pedro Sánchez, tampoco. Pujol tiene una idea, y por eso es un cínico; Quim Torra, Carles Puigdemont y Artur Mas no la tienen, y por eso son unos necios. Unos cretinos y unos necios.
Luego están los que más o menos poseen una idea, o por lo menos le han dado vueltas, pero no hacen nada por concretarla. Se pudre la idea sin hechos. Gente de máster, sin beneficio, sin carácter, que siempre encuentra una excusa para no dar la cara por lo que es, para evitar medirse en lo que cree que le justifica. Sin carácter, sin vida puesta al límite, sin lo que nos gasta y nos hiere y nos acerca a la muerte, sin pagar el precio, todo es inútil, fatuo, hacerle perder el tiempo a Dios.
Desde el día en que te conocí he ido explicándote la idea: con palabras, con hechos, con ciudades. Con Disney y los buenos restaurantes, con la bronca y el amor; el exceso ha formado parte del proceso, los límites y la insurrección, saber aguantar sin mover ni un dedo cuando vienen a por ti. Si ahora yo muriera tendrías ya el mapa y rellenar los hechos como casillas de un tablero te sería fácil, porque conoces bien la idea y creo que de un lado se me parece tanto y del otro es tan tuya y tan lo que tú quieres que, pasados los tristes días del luto, difícilmente te sentirías huérfana o sola.
Ya no me basta con mirarte para verte por dentro. “Tengo ya que darte inteligencia”, como así tiene que ser. Pero por fuera te miro y me alegro, porque de tu madre has aprendido la compostura, la prestancia, y de mí a bajar el balón al suelo y que mientras los demás piensan que están haciendo lo que ellos quieren, tú notas muy adentro y muy fuerte qué es y para qué sirve el poder.
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