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La realidad paralela

Salvador Sostres el

Bajo la divisa de “hacer cosas por el país”, la tensión nacionalista ha sido un pretexto para la creación de una realidad paralela. Cataluña hace años que vive en los códigos mentales que Jordi Pujol estableció en Banca Catalana, justificando hasta el más escandaloso de los desfalcos si servía para “hacer cosas por el país”. Mientras fue president estiró el paradigma hasta establecer que si defendía “al país” de un modo tan abnegado e imprescindible era justo que en compensación él, su partido y sus hijos pudieran hacer lo suyo sin que nadie les molestara; y que criticarles y ya no digamos denunciarles por los delitos que pudieran cometer era de mal patriota y de mala persona. Los sucesivos gobiernos del Estado sabían lo que hacían -un Miquel Roca despechado se lo contó al ministro Corcuera cuando Pujol lo echó de Convergència- pero pactaron con él la total impunidad a cambio de que contuviera al independentismo.

Cataluña es lo que mejor que nadie definió Albert Boadella en “Ubú President”, una obra que tendría que reponerse inmediatamente con los nuevos y delirantes acontecimientos, porque si no es a través de la deformación terapéutica es imposible entender el alcance de la trama.

Tan convencido vivía Pujol en su realidad paralela que, cuando se libró del caso Banca Catalana tras haber sobornado a través del abogado Piqué Vidal a varios de los jueces que tenían que decidir si le procesaban, proclamó: “Nos han hecho una jugada indigna. De ahora en adelante, de ética hablaremos nosotros y no ellos”.

El poco aprecio que Cataluña profesa por la Ley y la naturalidad con que se acepta que los más altos dirigentes secesionistas hablen de saltársela, viene de esta muy trabajada sensación de agravio en la que los partidos nacionalistas se basan. Cuando Convergència se hizo independentista, España empezó a defenderse y el sufrimiento que este partido está a punto de experimentar en los tribunales es la respuesta al “procés” y no al revés. Si los hijos del expresident se están salvando de la cárcel es porque Pujol llegó a un segundo pacto con el Estado a cambio de su histórica confesión.

Para la guinda queda el penúltimo episodio de la leyenda gafe de Artur Mas, que no deja nunca de agrandarse: ha sido simplemente insinuar que volvía a la política activa y que a su partido le haya caído monstruosa e irreversiblemente el cielo encima. Su capacidad para atraer lo funesto se acabará estudiando en las escuelas. La mejor arma que tiene España contra el independentismo es que este hombre no se vaya nunca.

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