Mientras la prensa socialdemócrata, con El País a la cabeza, insiste en culpar de todos los males del mundo al presidente Trump, y de agitar el espantajo de la extrema derecha, que por cierto no existe más que en la retorcida mente de los que intentan disimular su fracaso con enemigos imaginarios; mientras como siempre intentamos negar que somos cristianos, católicos y que vivimos en la era más próspera y brillante que jamás la Humanidad haya conocido, el enemigo real como una serpiente nos va entrando hasta la cocina para destruir nuestro modo de vida libre.
Mientras hacemos la demagogia del todos somos refugiados y exigimos un mundo sin fronteras que está acabando con nosotros, los medios de comunicación de la izquierda silencian clamorosamente los altercados violentos y enloquecidos de las afueras de París al grito de Alá es grande. Silencian también que los atentados de Bruselas, Niza y Alemania fueron llevados a cabo por terroristas que llegaron a estos países con la piel de cordero del refugiado.
Sabemos que nos matan por ser católicos y culpamos a Dios en lugar de culpar a nuestros asesinos. Sabemos que nos matan en nombre del Islam y creemos que el problema es la islamofobia. Sabemos que nuestras fronteras no son seguras y que basta un lobo solitario para organizar un gran desastre pero preferimos rendirnos al buenismo y a la demagogia multiculti en lugar de defender la elemental bondad de nuestra supervivencia.
Por mucho que El País insista en buscarla en Trump, en Rajoy o en Israel, hoy la extrema derecha no existe. Y quien ocupa su lugar totalitario y asesino no es el presidente Trump, ni el presidente Orban, ni la primera ministra May ni siquiera la candidata Le Pen, que de extrema tiene poco y de derecha menos. El lugar criminal y asesino del totalitarismo lo ocupa el isalamismo y nuestras fronteras no son seguras.
Luego pasa lo que pasa y nos preguntamos quién ha sido. Está bien que nos lo preguntemos, pero es la última pregunta. La primera es cómo pudo ser y quién les dejó entrar hasta aquí.
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