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Blogs French 75 por Salvador Sostres

La llegada

Salvador Sostres el

Mi ídolo que más me ha impresionado ha sido Juan Tapia. Le conocí cuando era director de La Vanguardia y yo uno que pensaba que vivir consistía en empezar a escribir en La Vanguardia y no parar nunca más. Juan se inventó la figura social del director de La Vanguardia. Cuando él llegaba era algo realmente importante, más, en aquella época, que si llegaba un cantante o un jugador del Barça. Yo nunca he estado más nervioso en un restaurante que esperando que llegara Juan Tapia. Con el tiempo nos hemos hecho amigos, yo diría, o por lo menos por mi parte, muy amigos. Pero pese a la franca amistad y a que ya no es el director de La Vanguardia todavía me impresiona cenar con él, todavía el ídolo permanece. Hace unos días quedamos en Via Veneto. Yo llegué media hora antes, como siempre. Es la más elemental forma de respeto y me gusta disfrutar de esta espera como cuando tenía 20 años.

Pero en lugar de esperarle en la mesa me quedé en la esquina de la plaza Wagner con Ganduxer, para como en los viejos tiempos poder ver cómo llegaba. Es sensacional llegar un par de horas antes a la puerta trasera de los teatros para asistir a la entrada de los artistas. Algo se tensa en lo que estaba en calma cuando llegan las personas importantes. De la observación de algunos gestos se aprende más que de las letras de las canciones. En Via Veneto desde la mesa -gracias a Dios- no se ve la calle. En Semon yo esperaba a Juan tras el ventanal de la tienda y me fascinaba verle bajar del coche, con su áurea, con su porte, con su importancia que los años han pasado y ha conservado. Como un niño de amagatotis esperé junto a una absurda panadería hasta que finalmente llegó en coche, tranquilo como siempre, y en los breves metros de verle andar hasta la puerta del restaurante estaba todo lo que yo he esperado de la vida y que la vida amablemente me ha concedido.

Escribí en La Vanguardia porque Juan me lo permitió y dejé de escribir en La Vanguardia cuando el propio Juan no tuvo más remedio que echarme porque la tomé com el director adjunto y me dedicaba a insultarle en cada artículo, y cuando me parecía que no le insultaba lo suficiente entonces insultaba a Lérida porque él era de allí. “Para que Cataluña fuera perfecta tendríamos que regalarles Lérida a los vascos y que ellos nos dieran San Sebastián”. Ésta fue mi última frase. Y hombre, hombre, equivocado no estaba, porque tú ahora imagínate, pero claro.

Escribí en La Vanguardia, dejé de escribir en La Vanguardia, ha pasado mucho tiempo y muchos periódicos, he cambiado de modo de pensar, he sido marido, padre, y tantas otras cosas que la verdad es que algunas podía habérmelas ahorrado. Pero nunca ha dejado de maravillarme ver a Juan entrar en los restaurantes, la hora en que lo que esperas se concreta y toma forma, los ídolos se te acercan y tú también te acercas y por un rato puedes situarte en su mismo rasante. Yo soy el que aún espera la llegada de sus ídolos, el que no ha hecho nada que no me fascinara y cuando he ganado y he perdido ha sido todo mi culpa.

A veces dudo, a veces me arrepiento al día siguiente. He tenido decepciones como todo el mundo pero esperar media hora en una esquina para poder escribir un artículo sobre cómo llega Juan Tapia a los restaurantes, eso sí que me parece saber vivir en el centro de todo lo importante.

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