El profesor Gabilondo ha acabado ingresado en el hospital y anunciando que no recogerá el acta de diputado. No es un cualquiera pero se ha comportado como tal. Ha excitado las bajas pasiones de los madrileños, ha planteado falsos debates entre fascismo y democracia, y se ha prestado al juego sucio de sus jerarcas, ocultando la subida de impuestos que tenía prevista el Gobierno y protagonizando una vergonzosa campaña consistente en intentar echar a su rival del tablero por la vía de negarle la legitimidad y la más mínima humanidad.
Es un lugar común de los comentaristas políticos acusar a la presidenta Ayuso de simplona, de merluza, de poco instruida, de superficial. De tabernaria, como resumió mi por otra parte muy querido profesor Tezanos. Bien. No somos viejos conocidos, pero las veces que he hablado con ella me ha explicado con claridad sus ideas, y cuando las ha implementado, han funcionado a pesar de ser novedosas y arriesgadas, y han aportado vigor y riqueza. No soy capaz de entender qué tiene esto de simple o de poco culto. No sé qué clase de pedantería esperan los periodistas de una presidenta de Madrid, ni recuerdo que los discursos trufados de citas literarias hayan tenido ninguna relación con la eficacia política, sino todo lo contrario. Más bien tengo la sensación de que una determinada élite, sobre todo madrileña pero no sólo madrileña, se ha sentido como acomplejada ante el mérito de la presidenta, ante su estilo huilde, cercano y directo. Y a pesar de que muchos de ellos la han votado, cada vez que ha acreditado un logro, en lugar de reconocérselo, le han exigido una virtud y le han negado que la tuviera.
En cambio, al profesor Gabilondo, hasta sus más firmes detractores le han reconocido como un áurea y le han tratado con una delicadeza que él no ha demostrado. Nadie le ha reprochado que arruinara su prestigio de rector universitario con su campaña tramposa, servil con su partido y claramente desatenta al respeto que merecen los madrileños, a los que ha tratado de confundir, de engañar y de excitar con un discurso no sólo impropio de su altura académica sino incompatible con cualquier sentido de la docencia. Si ante cada éxito de Ayuso nos hemos inventado un rigor que a nadie más se la ha exigido; cada despropósito y mezquindad del profesor se ha tratado de amortiguar apelando a un prestigio y a una bondad que él mismo ha negado con su actitud como candidato.
Que tal estrategia la hubiera puesto en práctica la izquierda, yo podría entenderlo, porque siempre que he esperado alguna generosidad de su parte, he vuelto con nada. Pero que buena parte de la derecha, de los periodistas e intelectuales de la derecha, razonen igualmente en estos términos, me recuerda que la gran hazaña de la presidenta de Madrid no es haber derrotado a la extrema izquierda, ni haber finiquitado la carrera política de Pablo Iglesias, sino haber pasado por encima -materialmente por encima- de la caspa pedante, arrogante, autocomplaciente, cobarde y estirada que de un modo transversal y desesperante pone palos a las ruedas del progreso, se aburre de mirarse en el espejo, se ríen las gracias entre ellos y secan cualquier esperanza. Ahora todo son euforias y arrimarse a la mujer del momento. Pero dos años plomizos se acercan.
Isa, estás más sola de lo que parece.
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