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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Copiar a un genio

Salvador Sostres el

Jesús era un genio -sé que es poco ortodoxo hablar de Él en estos términos, pero síganme el argumento-, mi perfumista preferido es un genio, como también lo fueron Vicente Huidobro o Gabriel Ferrater.

Los buenos escritores, Mark Twain lo dice, se copian entre ellos, y genios se copian a sí mismos. Los mortales no podemos copiar a los genios. Pueden ser nuestra inspiración, nuestro referente. Pero no podemos copiarlos porque no llegamos, y si estúpidamente insistimos en intentarlo, caemos entonces en el terrible error de tratar de copiar su parte anodina, creyendo que de este modo alcanzaremos su unicidad. José Agustín Goytisolo lo resume de este modo tan vistoso en unos versos dedicados a Antonio Gala. “Crees que porque enculas a cualquier muchachito/ alcanzarás el arte de Jaime Gil de Biedma./ Él era homosexual y altísimo poeta/ y tú un escritorzuelo y un triste maricón”.

No es normal pero es corriente que la adulación exacerbada lleve a tantos mortales por los caminos más estériles. Los fanáticos que perpetran la pantomima de hacerse crucificar por Semana Santa, en lugar de seguir durante todo el año las enseñanzas de Jesús, constituyen un primerísimo ejemplo del poco partido que la Humanidad suele sacar de sus genios. También es tonto comprarse una camiseta, porque les admiras, de Messi o de Cristiano, o pedirles un autógrafo, cuando su ejemplo de chicos formidables que aun siendo ellos, nunca han fallado a ningún entrenamiento y es absoluta su entrega al trabajo, podría inspirarte en tu vida de rata mentirosa para elevarla de la cloaca en la que la instalaste. No tires tu dinero con inútiles camisetas y deja de pedir la baja por un simple resfriado.

Los genios son su genialidad y cuando en tu impotencia de montoncito del Señor, de intercambiable snack de la Creación, intentas subir al Cielo por lo que tú crees que son escaleras y sólo es tu mediocridad puesta en vertical y en forma de acordeón, porque estirada del todo es tan grande que no cabe, no sólo no consigues nada sino que arruinas las pobres cartas que te dieron, tus dones escasos con deprimentes simulacros.

Comprarse la camiseta de Maradona, el bolígrafo de Huidobro, ser un exagerado como mi perfumista preferido o suicidarte como Gabriel a los 50 años, tú lo haces como un homenaje pero es una estupidez, además de una intolerable burla de aquel a quien tanto dices admirar.

Mi perfumista, les decía, es un exagerado. En todo exagerado, con unas pautas de conducta que si en la teoría se sostienen por lo brillante de su razonamiento, en la vida real no funcionan ni mucho menos conducen a la felicidad. A él no es que le dé igual, pero es un genio y lo que no es su genialidad no importa, no pesa, y su vida está justificada por su obra. En a cambio a su hijo ni le rozó la Gracia -es Dios quien llama- y en lugar de inspirarse en su padre, de entender su trazo y recrearlo, le copia ciegamente lo obvio de su comportamiento, lo exagerado, lo que no conduce a nada, sin entender el razonamiento ni intuir la belleza, y ha acabado siendo un pobre imbécil.

A los genios hay que admirarlos, celebrarlos, agradecerles su genialidad. También hay que no robarles y pagarles por su trabajo. Es una farsa y un insulto decir que admiras a este cantante y “bajarte” su música en lugar de comprarte sus discos. Bajar es robar y robar nunca es admirar. Robar es robar.

A los genios hay que respetarlos, entender que son genios y que necesitan su espacio, descontarles la torpeza en la vida práctica, su desorden sentimental, sus obsesiones, sus exageraciones y su trato casi siempre difícil de conllevar. Todo ello te acercará mucho más a la genialidad, al favor de Dios, a lo que Él espera de ti, que tratar de poseer su talento, y al darte cuenta de que no la alcanzas, comprarte una Cruz portátil en Ikea para hacer la pantomima del Calvario encaramándote a ella como un payaso y sin haber sido capaz de distinguir ni uno solo de sus sentimientos.

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